En mi Post de ayer, escribía: “Es verdad que junto a votos emitidos con ayuda de la razón habrá muchos otros debidos a la ira, al rencor y a la envidia. Pero todos ellos ayudarán a configurar el retrato de la España actual. Hoy vamos a saber qué España desea la mayoría de los españoles para los próximos cuatro años”. Conocidos los resultados, me planteo una pregunta y, en función de su respuesta, me atreveré a calificar el retrato de España que hemos dibujado los votantes.
Respecto a la pregunta, vista la complejidad del nuevo arco parlamentario, no dejo de interrogarme sobre si una buena parte de los votantes, aunque hubiera sido sin haberlo planificado previamente, votaron “vengándose” de la clase política. Me explico.
Durante los dos últimos años de la legislatura que finalizó en 2011 y a lo largo de la que acaba de finalizar, las clases más desfavorecidas soportaron las consecuencias de una crisis económica muy profunda. Y lo mismo puede decirse de una buena parte la clase media, que se vio adelgazada al ser empujados muchos de sus integrantes a la situación de los más necesitados. Pues bien, en lo que parece haber coincidencia es en que la mayor parte de los ciudadanos no percibió que la clase política fuera alcanzada por los efectos dañinos de la crisis.
Si fueron así las cosas, ¿no cabría hablar entonces de los votos de la venganza? ¿No podría entenderse que dando lugar a un mapa parlamentario tan fraccionado los votantes –eso sí, sin que hubiera una planificación previa- se tomaron ahora cumplida satisfacción contra sus dirigentes por el daño recibido años atrás? ¿Cabría admitir que los españoles quisieron escarmentar a los políticos que apenas sufrieron la crisis obligándolos a gobernar en unas condiciones de suma dificultad?
Me cuesta admitirlo, pero me resisto a descartarlo absolutamente. Insisto, no creo que haya habido un voto vengativo premeditado, pero el hecho de haber desoído voluntariamente las constantes llamadas a lo mucho que nos jugábamos si se desvanecía la estabilidad política, permite vislumbrar un deseo oculto, pero fuerte, de venganza.
En cuanto al retrato de la España política que hemos dibujado ayer, creo que arrumbamos la deseable estabilidad política pasada y hemos trazado el grotesco esperpento de la ingobernabilidad. Estoy seguro de que a medida que se vaya recomponiendo nuestra realidad política y que desde este desconcierto inicial se pase a la política de pactos a la que estamos abocados, se irán desvaneciendo los rasgos negruzcos la indicada ingobernabilidad.
Pero la situación en la que estamos es la que han querido los españoles y aunque el nuevo panorama político va a tener repercusiones negativas para España (ya está bajando la Bolsa y subiendo la prima de riesgo) y, por tanto, para los españoles, los millones de ciudadanos descontentos con los partidos mayoritarios se han vengado de ellos votando a los partidos emergentes. Es muy posible que sean precisamente tales votantes los que sufran las consecuencias económicas negativas que traerá la nueva situación política. Pero no hay que descartar que, aunque eso les cueste nuevos sufrimientos, muchos de ellos estén satisfechos por el mal trago que harán pasar a los partidos tradicionales. En todo caso, convendría no olvidar que, como dijo Napoleón, “en política hay que sanar los males, jamás vengarlos”.
Otros temas José Manuel Otero Lastresel