En el capítulo “El buen entendedor” de su obra “El discreto”, escribe Baltasar Gracián “Cuanto más saben algunos de los otros, de sí saben menos”. Añade “el necio más sabe de la casa ajena que de la suya” Y concluye diciendo “discurren mucho algunos en lo que nada les importa, y nada en lo que mucho les convendría”.
Esto pensamientos, que fueron publicados en 1646, denotan que su autor tenía una gran capacidad de observación del ser humano y revelan que interferir curiosamente en la vida ajena despreocupándose de la propia es una costumbre tan antigua y arraigada que parece parte consustancial del ser humano.
Lo que me sorprende es que después de tantos años no hayamos aprendido que es mejor dedicarse a conocernos a nosotros mismos que a saber cosas poco relevantes de los demás. No solo es que no hayamos aprendido, es que hemos ido a peor.
Durante la vida de Gracián, el chismorreo, aun siendo una práctica social bastante extendida, no trascendía de los círculos sociales de los que se contaban chismes mutuamente y tampoco daba para vivir de ello. En cambio, en la era de la globalización y del eco mediático amplificado gracias a la televisión y a las nuevas tecnologías, chismorrear se ha convertido en un espectáculo televisivo que goza de una elevada audiencia.
En efecto, en nuestros días hay personas que se ganan su sustento contando a un público sediento de cotilleo lo que conocen y lo que imaginan de los personajes populares, salpicándolo en no pocas ocasiones con gotas de su propia intimidad. Dicho más claramente, lo que en 1646 se denunciaba como un defecto sin resonancia de una buena parte de los ciudadanos se ha convertido en nuestros días en un rentable espectáculo de masas.
No soy quien para dar consejos a nadie, pero los muchos años que llevo vividos observando lo que me rodea me permiten afirmar que dedicar tiempo a conocerse a uno mismo, lejos de malgastarlo, es una de las mejores maneras de ganarlo.
Otros temas José Manuel Otero Lastresel