Como es sabido, Plauto escribió “lupus est homo homini” (lobo es el hombre para el hombre), y sobre la alevosía, mi Catedrático de Historia del Derecho, Alfonso Otero, afirmó que era una institución que tenía sentido en una época como la Edad Media en la que ningún caballero podía ser atacado por otro sin que antes rompiera la paz (por ejemplo, arrojándole un guante). Por eso, quien atacaba a otro sin advertirlo previamente actuaba a traición, era aleve, ya que cogía a la víctima confiada y, en consecuencia, desprevenida.
Pues bien, ayer saltó en el Reino Unido la noticia de la detención de 660 presuntos pederastas entre los que figuraban, nada más y nada menos, que maestros, doctores, dirigentes de Scouts, trabajadores sociales, policías retirados y adultos que tenían niños en su casa en régimen de acogida. Es decir, sujetos que por su profesión se relacionaban con menores sobre la base de la confianza y que tenían que cuidar de ellos en lugar de atacarlos sexualmente.
Pido perdón a los lobos, por llamar así a estos sujetos, pero lo hago para adherirme a la tesis de Plauto y poder afirmar que esos degenerados, pertenecientes por desgracia a la raza humana, son un verdadero peligro y un horror para sus congéneres más desprotegidos y confiados, que son los niños.
Pero no solo son “lobos”, son también alevosos porque atacan a traición a sus pupilos que, confiando en ellos, no se esperan sus comportamientos sexuales abusivos. Y concluyo llamándolos depravados porque su aberrante comportamiento es un compendio de los peores vicios del ser humano.
Habrá quien diga que hay grados, que no es igual el que se regodea viendo pornografía infantil que quien llega a los abusos sexuales. Yo creo que son lo mismo. No me sitúo en la óptica del pederasta, sino en la de la víctima, y desde ahí no veo más que niños inocentes y confiados en sus mayores, quienes o bien se dedican a contemplarlos libidinosamente, o bien los atacan sexualmente para satisfacer el vicio más abyecto del ser humano.
Es verdad que los pederastas no suelen matar a los niños, sino que suelen limitarse a abusar sexualmente de ellos. Pero no es menos cierto que éstos quedan tan marcados y soportan tal grado de sufrimiento espiritual que es como si vivieran torturados mentalmente el resto de sus días. Y no sé que es peor si morir o vivir martirizado desde niño por las vejaciones de un depravado pedófilo. Hay que ser implacables con estos malditos profanadores de los santuarios de la inocencia infantil.
Otros temas José Manuel Otero Lastresel