En general, el paso del tiempo produce en las personas un efecto semejante al de la cocina en los alimentos. La vitalidad desbordante de los primeros años de vida del ser humano va madurando con los años hasta llegar a la sosegada placidez de la edad madura. De la misma manera, a través de la cocina, los ingredientes crudos que metemos en la cazuela se van convirtiendo en suculentos platos llenos de sustancia y sabor. Pero todo ello hasta llegar a un punto álgido, a partir del cual la vida se llena de goteras y la comida se pasa, volviéndose poco apetecible.
Pues bien, una de las características de la clase política de nuestros días es que ha llegado al poder “cruda”; es decir, con muy pocas horas de cocción, desplazando sin ningún miramiento –y esto es tal vez lo verdaderamente preocupante- a generaciones de políticos que todavía estaban en disposición de darnos lo mejor de sí mismos. Lo cual está produciendo en la política actual un doble efecto negativo, a saber: están luchando por el poder los inmaduros y de manera simultánea se prescinde inexplicablemente de la sabiduría de los “ancianos experimentados”.
A mucha gente joven de hoy le puede parecer natural prescindir de los políticos veteranos. Pero conviene saber que esto no fue siempre así. Más aún: en el pasado en algunas de las sociedades más desarrolladas sucedía lo contrario. Permítanme que recuerde solo dos ejemplos, uno muy lejano y otro más reciente.
En Esparta (Lacedemonia), una de las más brillantes ciudades estado de la Antigua Grecia, existía la “gerusía” o consejo de ancianos de la que formaban parte veintiocho hombres mayores de sesenta años, que debido a su sensatez y capacidad militar eran elegidos por aclamación en la Asamblea (Apella). Se trataba de un órgano que coadyuvaba en funciones legislativas y tenía competencias judiciales.
Y, en la Francia de finales del siglo XVIII, se instituyó el Consejo de Ancianos (“Conseil des Anciens”), que estaba formado por doscientos cincuenta miembros, con un mínimo de cuarenta años de edad, el cual cooperaba en la función legislativa hasta que fue suprimido por Napoleón el 18 de Brumario.
Con la de veces que he escrito que sobran muchos cargos políticos no hace falta que aclare que no propongo en modo alguno la creación de un órgano como los indicados consejos de ancianos. Lo que reclamo es que en los complejos momentos por los que estamos pasando algunos de nuestros políticos veteranos, ya retirados, hagan oír su voz para iluminar las mentes de nuestros jóvenes e inexpertos políticos.
Algunos de estos veteranos políticos están interviniendo en tertulias de televisión y, ante la sorpresa de muchos, destacan sobremanera por su extraordinaria preparación política, por su lucidez y por la ausencia de sectarismo: el político de otro partido nunca es un enemigo irreconciliable sino simplemente un adversario en la conquista del poder. Lo malo es que al escucharlos tengo la impresión de que en una buena parte del público se origina una especie de nostalgia doblemente frustrante: porque no es posible votarlos al no ir en las listas y porque los suyos de ahora ya no piensan como ellos.
Otros temas José Manuel Otero Lastresel