Cuenta una leyenda guatemalteca que los indios Mayas fabricaban artesanalmente muñecos muy pequeños, de entre 15 a 50 milímetros, de barro, madera o alambre, que vestían con sus ricas telas multicolores. Eran verdaderas miniaturas que reproducían a pequeñísima escala a los propios indígenas y que utilizaban, como se verá seguidamente, con una finalidad digna de encomio.
En efecto, cuando un niño de la tribu no podía dormir a causa de los problemas propios de su mundo infantil uno de sus padres le daba un muñequito y le decía que le contara sin ninguna reserva lo que le preocupaba. Y le añadía que cuanto más sincera fuera su charla con el muñeco más fácil sería que éste pudiera ayudarlo.
El secreto estaba en que, tras el monólogo entre el pequeño y el muñequito, su progenitor lo guardaba debajo de la almohada y lo retiraba durante la noche. Al amanecer el niño se levantaba contento porque la pena se la había llevado el muñequito.
La leyenda ha llegado hasta nuestros días y todavía hoy pueden verse por las calles vendedores ambulantes que ofrecen paquetes de cinco o diez muñequitos quitapenas. Lo cual puede deberse a que, dada la especial credulidad de los niños, todavía hay quien piensa que pueden seguir cumpliendo su función de quitarle las penas.
Lo que antecede viene a cuento porque en España nos encaminamos hacia un largo e intenso período electoral y creo que a más de un político no le vendrían mal varios de esos muñequitos quitapenas.
Pienso, por ejemplo, lo bien que descansarían los que se acuestan todavía angustiados pendientes de que se llegue a confirmar la tan deseada noticia de que los han designado candidatos. O a los que sabiendo con certeza que van a tener malos resultados electorales se empeñan en repetir a los demás una y otra vez que van a ganar las elecciones. O a los que temen desaparecer del mapa político por haber sido desplazados tras la incomprensible irrupción en la escena política de unas nuevas formaciones que surgidas al calor de la ira generada tras la crisis contra los partidos tradicionales.
No puedo asegurarlo, pero no me extrañaría que incluso existiese algún muñequito quitapenas con coleta para cargarlo con las de los que empiezan a ver cómo decrecen sus expectativas electorales no solo porque se comprueba que tienen un programa destructivo, sino también porque empiezan a salir a la luz actuaciones de sus líderes que no casan en absoluto con lo que vienen predicando.
Me temo, sin embargo, que, tras oír con paciencia las cuitas de los políticos preocupados, los muñequitos quitapenas se hagan oídos sordos y no acepten llevarse consigo las penas de éstos. Porque una cosa es ayudar a los que viven en la edad del candor, como son los niños, y otra muy distinta cargar con los desvelos particulares de algunos políticos que piensan más en sí mismos que en los intereses generales a los que sirven.
Otros temas José Manuel Otero Lastresel