Por mínima que sea la atención que prestemos a los medios de comunicación social podremos advertir que hay dos noticias que están por encima de todas las demás: el master que supuestamente hizo Cristina Cifuentes en la Universidad Rey Juan Carlos y la respuesta alemana (judicial y ministerial) sobre la entrega del presunto delincuentes Puigdemont. El examen detenido y conjunto de ambos temas me ha llevado a la conclusión de que deberían hacerse dos masters: uno de ellos solamente los políticos de derechas, y el otro la ciudadanía en general.
El primer master -insisto solo para políticos de la derecha- consistiría, esencialmente, en aprender a mentir y a difundir con descaro las mentiras. La imperiosa necesidad de cursar esta materia obedece a que, por lo general (siempre hay excepciones), una buena parte de la derecha tiene un exceso de pudor que le impide manejarse con soltura en la difusión de la mentira.
Por poner dos ejemplos de mentiras de hace algún tiempo manejadas con soltura por la izquierda, cabría recordar el demostrado fraude, con falsificación de actas electorales, en las elecciones de 1936 (obra de Álvarez Tardío y Villa García) que llevó al Frente Popular a declararse, sin serlo, vencedor en las mismas; o, la justificación del asesinato de José Calvo Sotelo como represalia por la muerte del teniente Castillo, cuando, como revela Francisco Vázquez y Vázquez en su documentada Tercera de ABC de hoy, tal asesinato habría sido planificado con una antelación de, al menos, tres meses.
Si hubiera que centrarse en irregularidades “universitarias” de nuestros días, de todos es conocido el affaire de Íñigo Errejón en la Universidad de Málaga, que no le va a impedir ser candidato por Podemos a las próximas elecciones por Madrid; o el del Ministro de Sanidad y Consumo del PSOE, Bernat Soria, en cuyo currículum, como acreditó Arcadi Espada, falsificó datos como el haber sido el decano de medicina más joven de España o el de haber trabajado con algún premio Nobel.
Finalmente, con respecto a la corrupción como enfermedad exclusiva del PP, acaba de difundirse por televisión una intervención de Pedro Sánchez en la que acusa al PP de estar en la cultura de “pilla hasta que te pillen”, obviando que su PSOE tiene, entre otros cargos políticos, a dos ex presidentes de la Junta de Andalucía sentados en el banquillo por el mayor caso de corrupción de la España democrática, como es el de los EREs.
De cursar este master con provecho, es posible que la derecha perdiese por un tanteo bastante inferior la batalla de la comunicación que le lleva ganando desde siempre la izquierda.
El segundo master –éste, en cambio, lo deberíamos cursar todos- versaría sobre el modo de perder el complejo de inferioridad que nos afecta seriamente a los españoles. La razón por la que habría que cursar esta materia la explica perfectamente en La Voz de Galicia de hoy el Profesor Roberto Blanco Valdés en la columna titulada “Jueces alemanes y complejos españoles” referida al caso de Puigdemont.
En esta magistral reflexión, el citado catedrático, tras denunciar que el juez alemán que examinó la euro orden se extralimitó en sus funciones entrando a examinar el fondo del asunto y resolviendo en 48 horas una instrucción de varios meses, concluye con la aseveración de que se ha tratado de: “una intromisión intolerable en nuestra soberanía con la que no se habrían atrevido si Puigdemont se apellidase Bianchi, Glenn o Arnaud”.
Y es que, pasados unos momentos de estupefacción tras conocerse la noticia sobre las condiciones de entrega de Puigdemont, han empezado a publicarse análisis de eminentes juristas que coinciden en afirmar que la autoridad judicial alemana se excedió en el cometido que le asignaba la euro orden. En cualquier caso, la cuestión no ha sido resuelta aún por decisión firme, por lo que habrá que esperar a que se pronuncien otros tribunales.
En todo caso, la algarabía con la que recibieron los sediciosos el fallo del juez alemán, exigiendo el propio Puigdemont la libertad de todos los encausados, demuestra una vez más la mentira en la que viven. En efecto omiten cualquier mención a que la resolución judicial alemana dice que el de los independentistas no es un caso de “presos políticos” y mantiene viva la acusación contra los líderes independentistas por corrupción, lo que equivale a calificarlos como “chorizos”.
Otros temas José Manuel Otero Lastresel