Todas las noches suelen quedarse vacías y aparentemente en silencio, pero si alguien se acerca mucho y escucha atentamente, oye quejidos, lamentos y hasta el sonido de crujir los dientes. Y es que, aunque pueda parecer una fantasía, las sillas de ruedas acaban reproduciendo durante la noche los sonidos que captan a lo largo de todo el día. Todo depende del ocupante de la silla y, en menor medida, de su acompañante.
Se puede decir sin temor alguno a equivocarse que a nadie le gusta haber llegado al estado de tener que usar una silla de ruedas. Pero la vida es como es, y en momentos inesperados y sin que nadie nos pida permiso, nos vemos envueltos en circunstancias que nos obligan a usar el indicado artefacto.
A veces, es un accidente, en el que ha tenido no poco intervención nuestra imprudencia. En otras ocasiones, es una enfermedad la que debilita hasta tal punto nuestra naturaleza que ya no podemos valernos por nuestros propios medios. Y sucede también que al llegar a la edad longeva escasean tanto las fuerzas que la movilidad se ve tan mermada que se opta por utilizar con frecuencia la silla de ruedas.
Entre los sujetos que empujan las sillas (prescindo por completo de las que se mueven eléctricamente), los hay básicamente de tres tipos: familiares, asalariados y solidarios. Casi todos ellos, acompañan con cariño al impedido, pero normalmente se aprecia más amor en los que son de la familia y en los que pertenecen al voluntariado.
Pues bien, los sonidos que emiten nocturnamente las sillas son fuertes indicios de la postura vital de sus ocupantes y, aunque menos, de las recomendaciones de sus acompañantes.
Si oímos el crujir de dientes, la silla seguramente portará a un animoso y esforzado sujeto con ganas de superación y que no se resigna a que su incapacidad marque su existencia. Hay numerosos ejemplos de impedidos que practican deportes con la misma entrega e ilusión que los “enteros”. Pero no solo aprietan los dientes quienes están en edad de practicar deporte. Hay muchas personas de avanzada edad que superan con una impresionante fortaleza mental el hecho negativo de tener que moverse en silla de ruedas. Los acompañantes de estos impedidos acaban contagiándose por la enorme fuerza de voluntad del incapacitado y colaboran con él elevando su estado de ánimo.
Los lamentos provienen de aquellos pasan alternativamente por estados de decidida superación de las dificultades que plantea la vida y de postración ante lo irreversible de su situación. A éstos, los acompañantes tratan sobre todo de hacerles llevaderos los momentos de dificultad.
Finalmente, los quejidos proceden de los que casi se han entregado enteramente a la dura realidad de verse atados a una máquina y a tener que ser diariamente subidos y bajados de ella por otros. Sus acompañantes son los que lo tienen más difícil, porque reman contracorriente y no son pocas las veces que les viene también la tentación de dejar de luchar.
Otros temas José Manuel Otero Lastresel