Uno de los fenómenos más característicos de la sociedad moderna es la rapidez y facilidad con la que un asunto se convierte en tema de opinión para la mayoría de los rednautas. Es lo que se denomina, en la invasiva e imperialista lengua inglesa, el “trending topic”.
En una rudimentaria clasificación, los mensajes que circulan por la red pueden ser: pasivos o activos (atendiendo a la actitud del rednauta); restringidos a ciertos destinatarios o de difusión generalizada (desde la óptica de su circulación); y con autoría real o encubiertos bajo un seudónimo (desde el punto de vista de la atribución de la paternidad).
De estos tipos de mensajes, los que ahora interesan son los de tipo activo (el rednauta participa activamente dando su opinión), de circulación generalizada (su parecer va dirigido a cualquier posible destinatario) y difundidos bajo un seudónimo.
Y es que es a través de este tipo de mensajes como un asunto llega a convertirse en tema del momento captando en la red la atención de la mayoría de estos opinantes, gran parte de los cuales intervienen ocultando su nombre verdadero bajo uno falso.
Pues bien, basta que cualquier persona, con mayor o menor relevancia pública, emita una opinión que se desvíe de esa especie del “sentir” general de nuestro tiempo para que se produzca una reacción en cadena de críticas generalizadas en la red.
Este interesante fenómeno requiere, en primer lugar, que exista ese “sentir” general al que me refiero. Y que consiste, por lo general, en un modo de pensar estandarizado, que ha sido conformado, cuando menos, por dos importantes ingredientes: los valores imperantes en la sociedad actual (pacifismo, solidaridad, feminismo, igualitarismo, entre otros) y la opinión mediática preponderante (la que van conformando los líderes políticos y periodísticos actuantes en los medios).
Y supone, en segundo lugar, que el personaje público tenga una opinión diferente a la del sentir general y cometa, además, el desliz de expresarla, en lugar de guardársela para sí o sus círculos más íntimos.
Cuando suceden simultáneamente ambas cosas, es decir, existe un sentir general sobre un tema y un personaje público desliza una opinión contraria a dicho sentir, suele producirse una virulenta reacción (originada en buena parte por la cobertura de los seudónimos) en la red contra dicho personaje, que llega a ser tan intensa y duradera que suele obligar “al disidente” a pedir perdón públicamente.
Esta generalizada reacción en la red ¿llega al extremo de convertirse en una especie de censura? Si censurar es reprobar algo, no cabe duda de que tal reacción de reprobación puede producir los efectos de una verdadera “autocensura”.
Lo verdaderamente preocupante de todo esto es que se esté “sacrificando” al opinante heterodoxo en beneficio del opinante uniforme. Con lo cual, el igualitarismo se estaría extendiendo desafortunadamente en el importantísimo campo del pensamiento, que es donde más creatividad y singularidad se necesitan.
Otros temas José Manuel Otero Lastresel