Ayer se han constituido las corporaciones locales surgidas de las elecciones del pasado 24 de mayo, finalizando con ello la primera tanda –la inestabilidad augura que habrá otras- de acuerdos para la elección de los alcaldes. La orgía pactista de los últimos días a la que hemos asistido atónitos suscita algunos comentarios.
El primero es que ningún político puede quejarse del sentido de las mayorías alcanzadas para designar a los alcaldes. Los partidos políticos representados en las Cortes actuales no han tenido a bien cambiar la legislación electoral, por lo cual, allí donde no había mayoría absoluta podía suceder cualquier cosa que, además, sería plenamente democrática.
Otro aspecto importante de la constitución de los nuevas corporaciones fue que el escenario en materia de pactos fue el esperado: allí donde había la más mínima posibilidad se desató una lucha encarnizada por desalojar del poder al PP en la que el PSOE –su gran rival para tocar nóminas- pactó con cualquier otro partido sin que le importara su ideología. En este punto, tal vez lo más destacable, por lo que representa de faltar a los compromisos adquiridos públicamente con el electorado, fue el incumplimiento de Pedro Sánchez de la promesa de no pactar con Bildu, merced a lo cual privó de la alcaldía de Vitoria al PP.
Una importante novedad de esta cita electoral fue que, debido a la crisis económica, a la corrupción, y a lo alejados que estuvieron los dos partidos mayoritarios (PP y PSOE) de la gente que sufría, ciertas formaciones surgidas al calor de los movimientos ciudadanos tuvieron tan buenos resultados que, gracias a los pactos, han logrado hacerse con las alcaldías de algunas ciudades importantes. Pues bien, ya desde el primer instante estos movimientos ciudadanos dejaron patente sus particulares aportaciones al nuevo modo en que van a gobernar las instituciones. Me refiero, por poner solo un par de ejemplos, a una nueva estética en la vestimenta de los regidores populistas, así como sus claros pronunciamientos republicanos y anticatólicos. En esto, no hubo hipocresía: dijeron que eran así y así se han manifestado una vez que los eligieron.
Finalmente, los nuevos movimientos ciudadanos que han llegado al poder se muestran como los adalides de la nueva democracia: dicen, como gran novedad, que gobernarán para el pueblo.
El tiempo que se abre a partir de mañana dirá si el pueblo acertó al elegir a sus representantes, pero para los que ya tenemos algunos años, la democracia se instauró –es cierto que no sin dificultades- desde que entró en vigor la actual Constitución española. Desde entonces, la soberanía nacional reside en el pueblo español, el cual está representado en las Cortes Generales y en todos los demás órganos de participación de los ciudadanos. En este punto, a los que se autoproclaman nuevos “mesías” de la democracias afortunadamente no les debemos nada.
Ahora bien, la experiencia histórica demuestra que hay que tener cuidado con estos mesías “salvapatrias”. Convendría que los verdaderos demócratas estuviéramos sumamente atentos para ver hacia donde evolucionan estos nuevos movimientos, ya que suelen mostrar una tendencia irrefrenable hacia la “democracia popular”. Y ya se sabe que la auténtica democracia no necesita apellidos.
Otros temas José Manuel Otero Lastresel