Todos tenemos un concepto más o menos intuitivo de lo que es la ira porque es un sentimiento que está flotando en el ambiente que respiramos, ya sea porque nos asalta ocasionalmente, ya porque prende en gente de nuestro entorno. Hoy me voy a permitir la libertad de hablar de un tipo de ira, que voy de calificar como “ira política”, porque es un sentimiento que se manifiesta en la política y anida entre algunos representantes de las nuevas generaciones.
Si conformamos una acepción gramatical de la ira política sintetizando las dos primeras significaciones de dicho pecado capital y enmarcándola en el ámbito donde florece, la ira política podría definirse como un sentimiento de indignación trufado con deseos de venganza contra el partido político que por estar en el poder es el que impide que lo ocupe el iracundo.
A lo largo de la que va siendo mi dilatada vida, y sobre todo desde la llegada de la democracia, he sido un espectador que ha observado atentamente la actividad política. Y creo que no falto a la verdad si digo que, aunque a lo largo de estos cuarenta años hubo momentos de mayor o menor crispación, nunca hubo, como hora, una ira tan virulenta y venenosa como la que manifiestan algunos jóvenes de nuestro arco parlamentario. Permítanme que mencione dos, aunque voy a centrarme solo en uno de ellos: Gabriel Rufián e Irene Montero.
Pues bien, si hay alguien que representa lo que yo denomino la “ira política”, es Irene Montero. Jamás la he visto intervenir en el debate político defendiendo, incluso con la dureza y pasión necesarias, sus posiciones políticas. Antes al contrario, siempre que se asomó a mi televisor, la vi hablando atropelladamente, con las venas del cuello hinchadas, recitando de memoria todas las imprecaciones posibles contra el PP, y sin la mínima pausa que requiere el ejercicio sosegado de una actividad tan importante como la política.
Es posible que se trate de un pecado de juventud y que su furia sea como la de los potros desbocados. Pero por la edad que representa no me parece que haya vivido tanto, ni tan precariamente, como para sentir tanto rencor contra un partido democrático que gobierna España manteniéndola en unos niveles de progreso y libertad que para sí querrían los ciudadanos de los países (Venezuela e Irán) que financiaron el movimiento ciudadano que desembocó en el partido político en el que milita.
Escribió William Shakespeare que la ira es un veneno que uno toma esperando que muera el otro. Pues bien, tengo la impresión de que Irene Montero se ha dado tal banquete de ira creyendo que iba a envenenar al PP que no me extrañaría que con ese empacho se esté cavando su propia tumba “política”. Al tiempo.
Otros temas José Manuel Otero Lastresel