Cada uno de nosotros dispone de diversos medios para expresarse como el ser humano que es. Lo primero que habla de nosotros es nuestra propia imagen, esto es, el aspecto exterior y visible que captan los demás a través del sentido de la vista. Es la fachada del edificio de cuerpo y alma que somos y que, según esté conformada, cultivada o sin cultivar, invita a aproximarse a nosotros, nos vuelve irrelevantes o –lo que por fortuna no es frecuente-, provoca rechazo.
Tras nuestro aspecto general, lo siguiente que habla de nosotros a los demás son los atributos concretos que nos hacen más o menos atractivos y nos permiten interferir en los demás, entrometiéndonos en sus respectivos yoes.
Estas cualidades son de diversa naturaleza, y las hay físicas y espirituales. Entre las puramente físicas, la que más nos atrae es, sin duda, la belleza o perfección del cuerpo, singularmente la del rostro, que complace grandemente al sentido de la vista. Pero hay otras características que influyen en otros sentidos como puede ser un tono especialmente melodioso de voz que a través del oído agrade sobremanera el espíritu.
Mucha más discusión puede haber sobre cuáles son los atributos espirituales que más nos cautivan. La bondad y la generosidad formarían sin duda parte del elenco que haríamos espontáneamente casi todos. Y hay otros que también incluiríamos con su sola sugerencia como la presencia de ánimo, la entrega a los demás o la ternura.
Hay, sin embargo, una cualidad de la que se habla poco y que difícilmente llega a ser debidamente valorada, la dulzura, que si bien se percibe en general a través del rostro, penetra en nuestro yo por medio de la mirada ajena. Es esa suavidad, afabilidad y tranquilidad de ánimo que irradia quien tiene el privilegio de estar poseído por ese don del alma.
Dijo Voltaire que “la belleza complace los ojos; la dulzura encadena el alma”. En la dura profesión de vivir estar rodeado de bondad, generosidad y dulzura, supone habitar en la mejor atmósfera que puede conformar el ser humano.
Otros temas José Manuel Otero Lastresel