Como puede observarse, el título de esta reflexión parte de la premisa de que vivimos en tiempos de agitación social, lo cual exige, como punto de partida, que determine a qué acontecimientos me refiero. Pues bien, una rápida mirada sobre nuestra realidad permite reseñar que, en los últimos meses, ha habido manifestaciones públicas para pedir la equiparación de sueldos entre los cuerpos y fuerzas de la seguridad del Estado y los correlativos de ciertas Comunidades Autónomas, de los pensionistas para acompasar la subida de las pensiones con el IPC, y muy recientemente la muy masiva por la igualación efectiva entre el hombre y la mujer.
Si observamos detenidamente los sectores afectados por esos movimientos sociales, lo primero que llama la atención es que se trata de colectivos muy reacios a la movilización: los funcionarios encargados de la seguridad, los pensionistas, y las mujeres. Esta circunstancia debe hacernos pensar en que, más allá de la agitación que llevaron a cabo ciertos partidos políticos y sindicatos, la semilla de la invitación a la movilización cayó sobre un terreno abonado. Con esto quiero decir que si no revistiesen un “punto de justicia” las causas por las que se invita a un colectivo a la protesta pública, los esfuerzos de los “agitadores” serían baldíos.
Y así, el conflicto catalán fue un escaparate en el que vimos el trato vejatorio que recibieron allí nuestros Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado que contrastaba con la arrogancia, pasividad y deslealtad de los cuerpos autonómicos que, aún encima, estaban mejor pagados.
Después de varios años en los que apenas subía el IPC, la cifra anual del IPC de 2017 se situó en el 1,1%, por lo cual si la revalorización de las pensiones solo ascendía a un 0,25%, el resultado suponía una pérdida del poder adquisitivo de los pensionistas en un 0,85%.
Finalmente, aunque el movimiento en defensa de la igualación de la mujer con el hombre pudo haber sido aprovechado por los que enturbian el agua porque nadan con satisfacción en las aguas revueltas, lo cierto es que no hay razón alguna que justifique, por ejemplo, que a igual trabajo la mujer por el solo hecho de serlo tenga un salario más bajo que el hombre.
¿Pone algo más de relieve la creciente agitación social de nuestros días? Habrá muchos que piensen, y no les falta parte de razón, que el horizonte electoral ha acelerado la política de los partidos y sindicatos de desgastar al partido en el poder. Habrá otros que enmarquen esa política “reivindicativa” en la imparable tendencia de la ciudadanía actual a instalarse más en la actitud pasiva de la subvención que en la “enojosa” obligación de tener que ganarse el pan con el sudor de la frente.
Sin atreverme a negar que pueda haber algo de ambas cosas, lo que a mi me parece es que la presente agitación social revela que hay una percepción generalizada de que ya hemos salido de la crisis. De todos es sabido, que en plena crisis los movimientos reivindicativos casi desaparecieron porque en aquellos duros momentos la destrucción masiva de puestos de trabajo convertía el hecho mismo de trabajar en un bien en sí mismo. Por eso, la crisis la sufrimos y la soportamos todos.
Si hoy se percibe que se pueden mejorar las condiciones económicas de los ciudadanos que cobramos del erario público es porque el crecimiento sostenido de nuestra economía ha generado riqueza que ya se puede compartir. Lo cual me lleva a afirmar que sería contradictorio sostener que seguimos en una situación de pobreza y no interpretar esa agitación social como un signo de superación de la crisis. Así que hay que pedirle a los agoreros, a esos que pregonan que todo va mal, que dejen ya de engañarnos.
Otros temas José Manuel Otero Lastresel