Miradas las cosas con objetividad y desapasionamiento hay que reconocer que los independentistas catalanes han trazado una estrategia de confusión para alcanzar el final deseado que es lograr la independencia de España.
Han disfrazado el problema de la independencia haciendo creer que lo que está en juego es simplemente el “derecho a votar” o “derecho a decidir” y, claro, planteado el problema en estos estrictos términos, serán muy pocos los que no estén de acuerdo en que se les reconozca a ellos, como a cualquiera, el derecho a votar o a decidir sobre asuntos políticos.
La cuestión que está en juego no es ésta, porque desde la instauración de la democracia los catalanes llevan ejerciendo este derecho a decir cada vez que con sus votos han escogido a sus representantes en las Cortes Generales, en la Generalitat y en los municipios. No es el derecho a votar o a decidir, sin más, lo que piden los promotores del anunciado referéndum.
Lo que plantean exactamente es si el pueblo catalán puede decidir unilateralmente, y ejerciendo una inexistente soberanía nacional catalana, separarse de España. La pregunta que hay que plantearse es, por tanto, si un catalán, un vasco, un gallego, un andaluz o un extremeño puede decidir mediante el derecho de voto si su respectiva comunidad autónoma se independiza o no de España. Y es de todo punto indiscutible que ese derecho a decidir sobre la unidad de España es un asunto que corresponde a la soberanía nacional tiene un único y exclusivo titular, que es el pueblo español en su conjunto.
En consecuencia, es una enorme falacia decir que lo que se pone en juego el 9 de noviembre es el derecho a decidir. Lo que quieren “colarnos de rondón” es la materia sobre la que se quiere ejercitar este derecho, cuyo reconocimiento en abstracto es indiscutible, que consiste en decidir unilateralmente si pueden separarse de España. Para que se me entienda los catalanes que tengan carnet de conducir es obvio que pueden desplazarse en coche por Cataluña, lo que no pueden, en cambio, es sobrepasar los límites de velocidad. La estrategia de los soberanistas es tratar de hacernos creer que están defendiendo el derecho a conducir automóviles, cuando lo que desean de verdad es que puedan votar sobre si deben suprimirse para ellos solos los límites de velocidad. Parece lo mismo, pero es obvio que no lo es.
Por último, es verdad, como dijo Artur Mas, que “votar une, no divide”, pero también lo es que cumplir la Constitución une, e incumplir y llamar a la desobediencia, divide.
Otros temas José Manuel Otero Lastresel