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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

¿Estamos tomados por el odio?

José Manuel Otero Lastresel

En sus “Meditaciones del Quijote” escribe Ortega y Gasset “Yo sospecho que, merced a causas desconocidas, la morada íntima de los españoles fue tomada tiempo hace por el odio, que permanece allí artillado, moviendo guerra al mundo”. Y un poco más adelante añade “Los españoles ofrecemos a la vida un corazón blindado de rencor, y las cosas, rebotando en él, son despedidas cruelmente. Hay en derredor nuestro, desde hace siglos, un incesante y progresivo derrumbamiento de valores”. Estas palabras fueron escritas en 1914.

De entre las numerosísimas cualidades dignas de admiración que tenía el maestro de nuestros filósofos, tal vez la que más asombro causa es el preciso conocimiento que tenía de la condición humana, en general, y de sus compatriotas en particular. Y eso que los españoles de hace cien años apenas tenían posibilidades de “darse a conocer”. Me refiero a que entonces los protagonistas del conocimiento y la cultura era unos pocos y a la generalidad de la ciudadanía le correspondía, como mucho, ser espectadora. Entendida esta palabra no en el sentido de que mirara la realidad con atención, sino simplemente en el de que asistía –indiferente añado yo- al espectáculo de la vida misma que discurría ante sus ojos.

Subrayo lo anterior, porque si Ortega y Gasset pudiera leer todo lo que se escribe hoy en las redes sociales sobre cualquier suceso en el que, por ejemplo, resulta implicado indiciariamente un personaje que tuvo poder, comprobaría que una buena parte de los ciudadanos más que tomados por el odio, estamos poseídos por él: estamos abducidos por el espíritu del odio y nos sentimos tan a gusto “odiando al triunfador” que rechazamos frontalmente a quien tenga la osadía de querer liberarnos de ese vicio.

Tal vez deba añadir que este afianzamiento actual del odio en nuestra alma se deba en parte al dolor y sufrimiento que padecimos en la duradera crisis económica que está en vías de abandonar. Pero no es en odio en lo que debemos transformar la ira. Tampoco voy a decir que en amor, porque sería esperar demasiado. Lo que me atrevo a sugerir es que procuremos llenarnos de templanza y que moderemos la pasión aniquiladora del odio con las mayores dosis posibles de “razón”. Porque solo de ese modo podremos discernir la verdadera dimensión de lo que nos rodea y nuestra respuesta tendrá muchas posibilidades de que llegue a ser la más acertada.           

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