Escribió Evan do Carmo que “el autoelogio es la vanidad desesperada”. Creo que tiene razón, aunque me atrevo a hacer la siguiente precisión. La vanidad, entendida como “arrogancia, presunción, envanecimiento” (diccionario de la RAE) es una condición de la persona en sí misma considerada, sin hacer referencia comparativa a los demás. El vanidoso solo se mira a sí mismo. La soberbia, en cambio, entendida como “satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás” (diccionario de la RAE), es una característica humana que implica una comparación con los demás a los que el soberbio considera inferiores. El soberbio se cree el mejor de todos. Pues bien, pienso que el autoelogio tiene que ver más con la soberbia desesperada que con la vanidad.
Viene a cuento lo anterior para argumentar que el libro sobre Sánchez, calificado con acierto en su columna del ABC de hoy por Ignacio Camacho como una “autohagiografía”, es un autoelogio que narró Sánchez a la verdadera autora de la obra, Irene Lozano, que debe calificarse como un caso de soberbia desesperada.
Y es que Sánchez no solo está encantado de haberse conocido, es que en su “pavorrealismo” se cree muy por encima de los demás. Prueba de ello es que en el acto de presentación del citado libro el propio Sánchez se atrevió a afirmar que “Felipe González fue un referente de una sociedad que ya no es”.
Frase que ha traducido al lenguaje habitual Fernando Ónega en su colaboración que publica en La Voz de Galicia de hoy del siguiente modo: “Felipe González ya no sirve como modelo; fue útil en su época, pero lo ha dejado de ser en este tiempo; los cambios de la sociedad lo dejan como un personaje del pasado; nosotros tomamos el relevo para construir un nuevo socialismo”.
Cualquier lector habitual de mi blog sabe que he calificado a Pedro Sánchez de muy diferentes maneras, y ninguna de ellas elogiosa. Hoy añado otras dos. Una, la tomo de Ónega, el cual lo acusa de “adanismo”, es decir, de tener el “hábito de comenzar una actividad cualquiera como si nadie la hubiera ejercitado anteriormente”. La otra, se desprende del autoelogio que se hace en el Manual de Resistencia, y es la de ser un soberbio desesperado.
Lo de soberbio no necesita de mayor aclaración tras lo que he escrito en las líneas anteriores. En cambio, lo de desesperado sí. Empleo este adjetivo en el sentido de que su soberbia le causa una alteración extrema de su ánimo por cólera, despecho o enojo, circunstancias éstas que suelen nublar el espíritu y dificultan el acierto en el juicio.
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