Como es sabido, una reciente sentencia de la Gran Sala del Tribunal de Justicia de la Unión Europea de 13 de mayo de 2014 ha decidido que los llamados motores de búsqueda en la red (Google) deben eliminar, a requerimiento del interesado, los datos publicados sobre él que puedan perjudicarle y que no se justifiquen por su relevancia en la vida pública y por razones de actualidad. En el caso concreto, se trataba de una información publicada en La Vanguardia a la que reconducía Google cuando se introducía el nombre del sujeto –que era español- relativa a una subasta de inmuebles realizada 16 años atrás por sus deudas con la Seguridad Social. Es el que se ha denominado “el derecho a que te dejen en paz o el derecho al olvido en internet”.
Esta sentencia, que tiene partidarios y detractores, suscita numerosos interrogantes, entre los que figura el de quién tiene derecho al olvido. La sentencia contrapone el interés económico del buscador de datos con el interés particular del sujeto a proteger su intimidad, y señala que aquel interés no prevalece sobre éste, salvo que el papel del interesado en la vida pública justifique la injerencia en su vida privada por el interés preponderante del público a tener acceso a la información de que se trate. O dicho más simplemente, la titular del derecho al olvido es la gran masa de los que llevan una vida públicamente irrelevante.
En una primera aproximación, parece que el número de quienes tiene ese derecho es ingente: el gran público que vive en el olvido del montón. Pero, de hecho, el número se reduce muy significativamente, porque, justamente por su insignificancia, las noticias que suelen darse sobre cada uno de los integrantes de esta gran masa de personas son escasa y muy ocasionales.
El alcance de la sentencia sería muy diferente si se hubiese reconocido el derecho al olvido también a las personas famosas. Como es sabido, se atribuye a Oscar Wilde la frase “peor que hablen mal de ti, es que no hablen”, que nuestro genial Salvador Dalí transformó irónicamente en “que hablen de ti, aunque sea bien”, y que se ha difundido finalmente como “que hablen de ti, aunque sea mal”. Con esto se quiere significar que para las personas famosas es preferible hacerse notar, ya sea para bien o para mal, que caer en el olvido.
Lo que antecede es tan cierto que en los últimos tiempos han proliferado personas que hacen de la notoriedad y la fama, aunque hayan sido ganadas a través del escándalo, su medio de ganarse la vida. Me refiero específicamente a esos personajes que bullen por el sórdido mundo del “cotilleo” televisivo, en el que los supuestos reporteros, convertidos en protagonistas, debaten teatralmente sobre aspectos intrascendentes y míseros de su vida irrelevante y de la vida de otras personas supuestamente famosas, que lo son inmerecidamente.
Es evidente que sujetos que viven de airear los aspectos íntimos más negativos de su vulgar existencia no pueden gozar –ni creo que quieran- del derecho al olvido. Lo que me pregunto es más bien lo contrario: si habría alguna posibilidad de condenarlos al olvido.
Otros temas José Manuel Otero Lastresel