Se ha escrito tanto y tan bien sobre el amor que intentar añadir algo parece un osadía. Pero si me atrevo a escribir algo es porque en más de una ocasión tuve la impresión de que hay personas que no son plenamente conscientes de que el amor es inagotable. Me refiero a esos allegados y conocidos que cuando observan lo mucho que quieres a alguien intentan advertirte de que dejes algo de amor para los demás.
Sucede con los hijos, los amigos, los demás seres humanos y las mascotas: cuando exteriorizamos en exceso el cariño por uno de ellos habrá quien desee contenerse pensando que se va vaciando su depósito de afecto y que corre el riesgo de no poder seguir amando.
Y sin embargo, si hay algo de lo que hemos sido pertrechados ilimitadamente es de amor. Nos han dotado de una capacidad de amar tan grande que por mucho que vivamos es imposible que lo consumamos enteramente. Es como si estuviéramos envueltos en una atmósfera de afecto inagotable que podrá ponerse en combustión a cada chispazo de amor que surja en nuestro entorno. Y lo realmente sorprendente es que al amar –por eso es inagotable-no se “quema” el combustible de amor que arde en nuestra alma.
Por eso, amar mucho a alguien no impide hacerlo con igual intensidad a otro o a otros. Hay una excepción en el amor de pareja, que siendo también inagotable, posee un marcado carácter exclusivista: es difícil, por no decir imposible, estar enamorado de más de una persona. Pero –y eso es lo que me interesa subrayar- se trata de un amor perfectamente compatible con nuestros demás amores.
Por eso, coincido con el ensayista mejicano Amado Nervo cuando dice “ama como puedas, ama a quien puedas, ama todo lo que puedas. No te preocupes de la finalidad de tu amor”. Porque el amor, insisto, es inagotable, jamás se gasta del todo. Es, si me lo permiten, más inextinguible que el aire. Porque mientras vivamos jamás desaparecerá nuestra capacidad de amar: si falta el aire indefectiblemente se deja de respirar, pero si hay vida jamás podrá producirse asfixia de amor.
Otros temas José Manuel Otero Lastresel