Una atenta observación de la realidad permite afirmar que la sociedad española de nuestros días está amansada; es decir, está domesticada por un audaz domador que se hace llamar “políticamente correcto”. Pero el fenómeno no es nuevo.
Hace algunos años, no muchos, en los medios de comunicación se alzaban muy pocas voces calificando a ETA de lo que realmente era: una banda terrorista. Probablemente había varias razones, pero no hay que descartar que entre ellas figuraran la de que no era políticamente correcto condenar sin paliativos a la banda y la de que algunos comentaristas políticos fuesen excesivamente comprensivos con las actividades de ETA por temor a un reproche de falta de progresía. Por eso, cuando recibíamos la noticia de una nueva víctima abatida por las armas de los terroristas, la mayoría nos callábamos y asumíamos la cobarde postura de desentendernos del dolor de sus amigos y familiares.
Por mucho que nos cueste reconocerlo, esta temerosa actitud no era exclusiva de los que habitaban en la Comunidad Autónoma Vasca por razones de proximidad con el peligro, sino que florecía abundantemente, salvo honrosas excepciones, en el resto de España.
Por fortuna, las cosas cambiaron. Y después de que la clase política y los Cuerpos y Fuerzas de la Seguridad del Estado lograran hacerle frente hasta derrotarla, la sociedad española –y sobre todo los medios de comunicación- han ido recobrando su valor y hoy cualquiera se atreve a hablar sin tapujos del terrorismo de ETA.
Me sirvo de este ejemplo -y que conste que no los equiparo- para afirmar que hoy la sociedad española tampoco se atreve a hablar de otro tema que circula a modo de secreto a voces: me refiero a las más que discutibles cifras del paro. En nuestros días, todavía no es políticamente correcto afirmar que hay muchos sujetos que cobran el paro a pesar de que siguen engrosando las cifras de la economía sumergida. A lo que hay que añadir que si no se actúa decididamente contra el fraude del cobro de la prestación por desempleo es porque los dirigentes de los partidos políticos prefieren vivir esa farsa que la posible sangría de votos que representaría dar ocasión al reproche de los adversarios por su falta de sensibilidad social y propugnar una política de recortes.
Y así seguimos todos amansados, domesticados, callados ante ese fraude clamoroso al llamado Estado del Bienestar.Ojalá que algún día alguien tenga la fortaleza y la credibilidad suficientes para denunciar este fraude y conseguir con ello que cale en nuestra sociedad el coste insoportable que representa el tener que destinar una parte importante de nuestros recursos para mantener a esos defraudadores. Y que conste que soy consciente de que hay muchos otros de la misma o peor calaña en otros ámbitos, pero eso en ningún caso justifica a los que defraudan en el ámbito de las prestaciones sociales.
Otros temas José Manuel Otero Lastresel