Han tenido que pasar 10 años desde el salvaje atentado de Atocha para que la ciudadanía haya podido ver una imagen de unidad entre los partidos políticos y las asociaciones de víctimas del terrorismo. Se dice que el transcurso del tiempo cura todas las heridas, pero no descarto que la unidad reflejada en los actos de hoy sea más aparente que real.
Si la dolosa explosión de los trenes hubiera ocurrido en una época alejada de las contiendas electorales, es muy posible que hubiera habido una respuesta conjunta y única de todas las fuerzas políticas. La brutalidad del atentado y sus catastróficas consecuencias habrían sido muy probablemente un elemento de unión de todos, la ciudadanía y las fuerzas políticas, para asistir a los muertos y heridos, primero; para consolar a sus familiares, después; y, finalmente, para mostrar al mundo en general que el pueblo español se une para responder ante las amenazas de los descerebrados terroristas.
Pero, por desgracia, estaba muy próximo el reparto del pastel del poder político y los comensales, creyendo que el suceso podía influir en la porción que les podía corresponder, se dejaron llevar por la avaricia y pusieron en movimiento sus aparatos de presión política y mediática para hacerse con una parte mayor de la que les pronosticaban.
Y así, hubo unos que prolongaron conscientemente más tiempo del que debían las dudas sobre una supuesta autoría del terrorismo vasco, porque de ser cierta esa imputación, los resultados electorales serían todavía mejores de los que aventuraban las encuestas. Por ello, siguieron manteniendo interesadamente que la autoría correspondía a ETA cuando ya había noticias fidedignas que atribuían el atentado a grupos islamistas radicales
Frente a ellos, hubo otros que, viendo que podían dar un vuelco a los pronósticos electorales, agrandaron los efectos de la deslealtad del Gobierno en retrasar interesadamente la información que tenía sobre los autores del atentado. Para lo cual no dudaron en magnificar el supuesto engaño, ligando -en relación de causa a efecto- la actuación de los islamistas radicales con nuestra intervención militar, también convenientemente exagerada, en la guerra de Irak.
Ambos partidos mayoritarios pusieron al servicio de sus respectivas versiones todos los medios de los que disponían. Un partido, toda la maquinaria que rodeaba al Gobierno; y el otro, sus grupos mediáticos afines -que hasta inventaron a sabiendas sucesos inexistentes- y los movimientos de agitación ciudadana a través de las redes sociales.
El reparto de aquel pastel es historia conocida. Hoy, diez años después de aquel terrible acontecimiento la principal enseñanza que cabría extraer es que la ciudadanía no debería dejarse manipular, ni dividir, cuando lo que está en juego es la glotonería de poder de los que luchen por llevarse la mayor parte del pastel.
Otros temas José Manuel Otero Lastresel