Si se consulta el diccionario de la RAE, muerte tiene, entre otras, dos acepciones sobre las que me gustaría reflexionar. La primera es “cesación o término de la vida” y la quinta “figura del esqueleto humano, a menudo provisto de una guadaña, como símbolo de la muerte”. La muerte, destino final e irremediable de todos los seres vivos, es, pues, tanto el final de la vida, como esa figura simbólica del esqueleto con la guadaña que viene indefectiblemente a buscarnos.
En el primer artículo que publiqué en la Voz de Galicia del 5 de agosto de 2001, escribía: “Pero volviendo a mí, he de decirte que nunca, como hasta hoy, te había sentido tan cerca. Aunque no venías a por mí, sino a por otro. Hasta ese momento, había visto imágenes, no de ti, porque eres invisible, sino de lo que dejas tras partir con la vida que te llevas. Hoy, a pesar de haber estado tan próximos, tampoco yo he podido verte. Y eso que estuve muy atento cuando se extinguió el último suspiro de la vida que velaba. Pero sólo pude ver que esa vida simplemente dejó de ser, que no quedó nada en su lugar. Por tal razón, he llegado a preguntarme si de verdad eres algo o solamente su ausencia. Y, por fin, he encontrado una respuesta: tú no existes, sólo representas el punto final de cada existencia. Por eso, no te podemos ver. Porque te solapas con el último suspiro de la vida”.
Mis palabras de entonces aludían a que, a pesar de haber estado muy atento mientras velaba los últimos momentos de un ser querido, no había visto la imagen simbólica del esqueleto con la guadaña. Y de su incomparecencia saqué la conclusión de que es la vida la que se va sin que venga nadie a buscarla. Hoy sigo pensando casi lo mismo, pero con un matiz que me gustaría compartir con ustedes.
En el diccionario de la RAE hay otra acepción de muerte, la segunda, que reza así: “en el pensamiento tradicional, separación del cuerpo y el alma”. Según este significado, la muerte sería establecer distancia entre cosas que estaban juntas o fundidas, de suerte tal que cada una de ellas tome caminos distintos. Esta separación es algo que sucede cuando cesa la vida: el cuerpo toma un camino, visible y cierto, y el alma, otro invisible e incierto.
La cuestión que me planteo es si sigue habiendo vida humana, esto es , vida inteligente, cuando el alma, el intelecto, sufre un trastorno en virtud del cual pierde definitivamente el conjunto de cualidades que caracterizaban a su poseedor como sujeto inteligente. Es verdad que en este caso no se ha producido la muerte en el sentido que vengo considerando como “separación del cuerpo y el alma”: el intelecto sigue unido al cuerpo que lo albergaba aun cuando esté definitivamente desordenado.
Pero ¿no ha cesado de algún modo la vida? Es indiscutible que el desvanecimiento de la consciencia supone un acontecimiento que tiene un efecto determinante en el ser afectado: divide la trayectoria vital en un antes y un después. Y si es verdad que el cuerpo puede ser el mismo, el intelecto parece haber tomado un camino de disipación en el que no hay vuelta atrás.
Por eso, me atrevo a completar hoy lo que pensaba en agosto de 2001 y me atrevo a sentar las tres conclusiones siguientes: hay una cesación o término de la vida en el que se ve que la vida se va; nunca aparece en ese momento un esqueleto con guadaña que viene a buscarnos, y se sigue viviendo sin alma lúcida ocasionando una verdadera separación del cuerpo y del intelecto cuando se produce el desvanecimiento definitivo de la consciencia.
Otros temas José Manuel Otero Lastresel