Después de todo lo que lleva escrito el ser humano sobre el amor de pareja, apenas puede decirse algo en aproximadamente cuatrocientas palabras que merezca ser leído. Pero como más de una vez, seguramente como muchos de ustedes, me interrogué sobre la esencia de este sentimiento tan determinante de la vida humana, me van a permitir que haga algunas ligeras divagaciones sobre este tipo de amor.
En la literatura, existen obras en las que se narran con gran belleza episodios de amor “imposibles” (Romeo y Julieta, los amantes de Teruel, Calisto y Melibea, etc.) que presentan en común el dato de la juventud de sus protagonistas. Esta circunstancia podría hacer pensar que esta es la etapa de la vida más propicia para que surja y se desarrolle en toda su intensidad este sentimiento.
Sin embargo, serán muchos los que no dudarán en afirmar que pasada la juventud siguieron amando intensamente a su pareja. Aunque de estos no serán pocos los que sostengan, con razón, que el amor ha ido cambiando con el tiempo. Y es que si bien es cierto que la verdadera esencia del amor es tan desbordante que no puede encerrarse en palabras, también lo es que, lejos de ser estático, va mutando, y sin dejar de ser amor, van decreciendo ciertos ingredientes y son otros los que pasan a primer plano.
Pienso, por ejemplo, en las grandes dosis de pasión que tiene el amor en la etapa del enamoramiento juvenil que lleva a que llegue a confundirse el amor con el deseo. Y aunque éste no llega nunca a desaparecer, a medida que los amantes van cumpliendo años, se hace más patente el ingrediente del afecto, del cariño, de la complicidad en la vida en común exigente que se comparte. En la última etapa, que dura hasta que se acaba la vida de uno de ellos, el amor se va llenando del ingrediente de “acompañarse”: tener a tu otro yo al lado de manera permanente, sabiendo que es el único con el que puedes contar cada vez que lo necesites.
Por eso, si siempre que se extingue la vida de uno es brutal el dolor que siente el otro, cuando se entra en el último tramo del camino, al echar de menos en el plano de los sentimientos, se une el temor de ingresar desamparado en el mundo de la implacable soledad.
Otros temas José Manuel Otero Lastresel