A lo largo de mis años he oído con mucha frecuencia que quien hablaba se atribuía una determinada forma de ser que, por supuesto, casi nunca era desfavorable. Me refiero a esos que afirman “porque yo soy…” (y aquí pongan todos los adjetivos elogiosos y laudatorios que se les ocurran). Es verdad que todos a veces llegamos a admitir expresamente algún defecto. Pero la enorme indulgencia que tenemos con nosotros mismos solo nos permite reconocer los más veniales.
Pero ¿somos solo como decimos que somos? En mi opinión, es claro que no. Por poca capacidad de autocrítica que tengamos siempre trataremos de mantener ocultos nuestros peores defectos. Con esto quiero decir que podemos ser en parte como decimos que somos, pero también como sabemos que somos y no lo manifestamos.
A lo que antecede hay que añadir que somos -y no en pequeña parte- como nos ven los demás. Porque estamos constantemente expuestos en el escaparate de la vida y los que nos ven se van formando indefectiblemente su propio juicio sobre nuestra forma de ser. Y aunque es verdad que podemos engañar durante algún tiempo a algunos, también lo es que la convivencia reiterada nos hace acabar mostrándonos como realmente somos.
Llegados a este punto se puede admitir que somos en parte como nos manifestamos, en otra parte como ocultamos ser, y en otra como nos ven los demás. La pregunta que cabe formular entonces es ¿nos añade algo la red?
Según mi propia capacidad de observación, sí. Por mucho que intentemos aparentar, consciente o inconscientemente, una forma de ser determinada, si navegamos frecuentemente por la red los “rednautas” atentos pueden descubrir rasgos de nuestra personalidad que intentamos mantener ocultos.
El que es presumido, tarde o temprano, dejará traslucir esta característica de su forma de ser. El que es excesivamente sensible y desea aparentar lo contrario, acabará haciendo visibles sus sentimientos y sensaciones. Y el que es egocéntrico y va de guay no tardará en manifestar su exagerada exaltación de su propia personalidad.
Por eso, y con esto acabo, solo se me ocurre recomendar que seamos naturales y razonablemente sinceros. Y digo solo que “razonablemente” porque suelo tener muy presente un pequeño cartel que me regalaron en el que había un dibujo de Albert Einstein y la siguiente leyenda “el sabio no dice todo lo que piensa, pero piensa todo lo que dice”.
Otros temas José Manuel Otero Lastresel