Creo que no vendrá mal, queridos lectores, darse un pequeño respiro y pensar en otras cosas alejadas del independentismo. Comparto esta reflexión.
Los tiempos que vivimos son mentalmente abrasadores. Es posible que haya habido otros iguales o peores, pero no nos ha tocado padecerlos. El culto excesivo que ofrendamos a las cosas materiales, consecuencia de la sociedad de consumo, nos obliga a una despiadada y salvaje competitividad cuyo último objetivo es resistir una carrera desenfrenada para adquirir bienes. El modelo con el que nos tientan de «eres tanto cuanto tienes» se ha convertido en la principal característica de una época en la que se incita a la generalidad a cuidar poco del espíritu. La sociedad actual parece haber renunciado a la equilibrada recomendación de Juvenal, mens sana in corpore sano, y pregona, casi hasta la persuasión, que desatendamos irresponsablemente la salud del intelecto.
La consecuencia de todo ello es que están aumentando de modo alarmante las almas quebradizas, las que, más allá de su propia valía, brillan poco por su falta de entereza. Y es que así como hay plantas de sol, de sombra, y versátiles, se podría hablar también de personas con alma de sol o brillo, de oscuridad o sombrías y adaptables tanto a la luminosidad como a la umbría.
De las personas dotados con espíritus brillantes, esto es, las que sintetizan en su ser con extraordinario provecho las condiciones favorables de la vida, no hay mucho que decir porque son las menos y lo resisten casi todo. Tienen el espíritu fuerte, son muy capaces y activas, están llenas de energía y, por irradiar fulgor, no dejan a nadie indiferente: las admiran, los menos; las envidian sanamente, los más; y hasta hay quien las odia injustificadamente. A la categoría de los versátiles pertenecemos la gran mayoría de nosotros, por lo cual tampoco presenta demasiado interés. Tenemos alma versátil porque nuestro espíritu está dotado con un activo repleto de virtudes y un pasivo cargado de defectos. La capacidad para soportar la presión de la codiciosa competitividad depende de lo que pese más en cada uno de nosotros: cuanto mayor sea el peso del activo mejor paliará las carencias del pasivo, siempre opaco y gris.
Son las personas con alma quebradiza, las que requieren toda nuestra atención porque navegan sobre la tristeza y la melancolía. No es una cuestión de inteligencia, de la que suelen estar bien servidas, sino de personalidad: su espíritu es tan frágil que soportan mal estos tiempos de desnutrición del pensamiento. Es como si su interior hubiera sido esculpido en ceniza y hubiese que resguardarlo para que no se desmorone a la primera ráfaga de viento. Por eso, no suelen abrirse, guardan para sí y sus más allegados ese interior volátil y quebradizo golpeado por la dureza del entorno en el que habitan. No es fácil saber cuándo se está ante una persona con alma quebradiza, porque en ocasiones se muestran tan fuertes como las que poseen almas versátiles e incluso hay veces que podrían llegar a ser confundidas con las que tiene el alma con la dureza del diamante. Lo aconsejable es observarlas detenidamente y mirar más allá de sus intermitentes momentos de fulgor hasta descubrir la indeseable endeblez de su espíritu.
Aunque no podemos evitarles tanta hostilidad, todavía está al alcance de nuestras manos está cambiar paulatinamente de objetivos: promocionar el ser por delante del tener. Porque los seres de alma quebradiza solo podrán adaptarse a la dura profesión que supone vivir si dejamos de obligarlas a competir salvajemente por acumular cosas en lugar de llenar su espíritu de ideas, pensamientos y reflexiones sobre el sentido de la vida.
Otros temas José Manuel Otero Lastresel