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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

Alimañas y payasos

José Manuel Otero Lastresel

Cada vez que España sufría los salvajes atentados del terrorismo, nuestra ira solía concretarse verbalmente en calificar a sus autores como “alimañas”. Con esta palabra creíamos que mostrábamos nuestro más profundo rechazo y desprecio contra los terroristas. Ahora que se empieza a hacer algo de justicia con las víctimas inconsolables de todos los que dieron toda su vida -o una parte de ella- por España, he vuelto a oír esa palabra referida a aquellos salvajes descerebrados.

Nunca me pareció acertada. Porque en su acepción referida al “animal perjudicial a la caza menor; p.ej., la zorra, el gato montés, el milano, etc.”, me parecía injusto para las alimañas que las equipararan a un terrorista. Es cierto que las alimañas y los terroristas coinciden en que son “perjudiciales”. Pero la alimaña lo es por el valor que tiene para nosotros la comida de la que se alimenta, la caza (que supuestamente debe ser enteramente para nosotros y no para ellas). Pero ¿tienen estos animales alguna posibilidad de alimentarse de otro modo?, ¿realizan actos de voluntad plenamente conscientes a la hora de elegir la caza menor en lugar de otros posibles alimentos?

Todo parece indicar que las pobres alimañas comen lo que comen porque ni su naturaleza ni el entorno en el que viven les ofrecen otras posibilidades.

Por eso, tampoco me parece acertada la extensión del significado que se ha dado a esta palabra: “persona mala, despreciable, de bajos sentimientos”. Considero una exageración desacertada derivar del hecho absolutamente natural de alimentarse de caza la consecuencia de que se es una persona mala, despreciable y de bajos sentimientos.

Pero lo que todavía es peor es contentarse con considerar a los terroristas simplemente “malas, personas, sujetos despreciables y de bajo sentimientos”, como dice el Diccionario de la RAE. Los terroristas son mucho más, son sujetos dotados de razón, que matan a traición a sus semejantes solamente en virtud de una ensoñación política quimérica y disparatada. Y como dijo Stefan Zweig, la muerte intencionada de una persona es un asesinato y no hay ninguna idea por sublime que sea que lo justifique.

Por razones parecidas discrepo también del uso extensivo que se hace de la palabra “payaso”. Según el Diccionario de la RAE, payaso, en su tercera acepción, es un “artista de circo que hace de gracioso, con traje, ademanes, dichos y gestos apropiados”. Es decir, estamos nada más y nada menos que ante un artista que pretenden algo tan sublime como hacernos pasar momentos de alegría y felicidad.

¿Cómo es posible entonces que se equipare tan noble profesión con la de una “persona, de poca seriedad, propensa a hacer reír con sus dichos y sus hechos”? ¿Sería acertado, por ejemplo, calificar como “payasada” la actitud poco seria, que haría reír si no estuviera manipulando sentimientos, de los presidentes de Cataluña y el País Vasco cuando se negaron a aplaudir al Rey Felipe VI porque no calificó a España, saltándose la Constitución, como un Estado plurinacional? Creo que los payasos y su noble y difícil arte no merecen que, por el solo hecho de dedicarse a algo tan noble como hacernos reír, se califique despectivamente como la misma palabra, “payasos”, a quienes no hacen y dicen más que necedades y tonterías.

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