A lo largo de mi vida he visto a numerosas personas calificarse orgullosamente como de izquierdas. A muy pocas, en cambio, admitir que son de derechas y muchas menos aún decirlo con vanagloria. Así que he decidido examinar mi interior ayudado por la razón para averiguar adonde me lleva. Como al abordar esta tarea debo hablar necesariamente de mi vida, les pido disculpas por anticipado por si en algún momento pudiera dar la sensación de un exceso de autocomplacencia.
La aleatoriedad ínsita en el momento de toda concepción determinó que naciera en una familia de clase media que se ganaba su sustento merced a su propio trabajo. No soy, por tanto, de la clase alta, ni procedo tampoco de personas que vivieran principalmente de rentas acumuladas por sus antecesores.
Quedé huérfano de padre con tres años y hasta que me independicé a los veintidós años se puede decir que viví del trabajo de mi madre, que fue farmacéutica. Tuve a mi disposición medios suficientes para estudiar el bachillerato en un colegio privado y seguir la carrera de Derecho en la Universidad de Santiago. Al finalizarla obtuve una beca del entonces Ministerio de Educación y Ciencia para la Formación de Personal Investigador y recibí un modesto sueldo de profesor interino.
Los primeros dieciséis años de mi vida académica los dediqué por completo a la investigación y a la enseñanza del Derecho Mercantil y a partir de entonces compagino estas dos apasionantes actividades con el ejercicio de otra noble profesión como es la abogacía. Estoy seguro de que podría haber trabajado más, pero no estoy insatisfecho del número de horas que dediqué a esos quehaceres profesionales.
La circunstancia vital que acabo de resumir ha influido en que mi pensamiento sea el de un hombre de leyes y que considere el trabajo como un compromiso con la sociedad que viene a ser el interés que me siento obligado a devolver tras el préstamo de vida que se me ha hecho.
El sistema político que me mejor responde a lo que soy es la democracia basada en un Estado de Derecho en el que la Ley sea la expresión de la voluntad popular y haya una verdadera división de poderes. Lo cual explica que ame profundamente la libertad, que sea exigente y razonablemente tolerante.
Estoy convencido de que toda la riqueza de España en sus distintas formas está subordinada al interés general, que todos tenemos el deber de trabajar y de contribuir al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con nuestra capacidad económica. Y considero que el gasto público debe traducirse en una asignación equitativa de los recursos públicos atendiendo a criterios de eficiencia y economía.
Precisamente por razones de eficiencia y economía prefiero la iniciativa privada a la pública. Pienso sinceramente que lo que tiene dueño está sujeto a un mejor y mayor control que lo que por ser de todos parece que no es de nadie. Y por esas mismas razones, soy contrario a que el modo de vida habitual de las personas sea la subvención y no su propio trabajo. Aunque lo que voy a decir pueda resultar polémico, no debo ocultar que, en mi opinión, fomentar la vida subvencionada es generar una especie de esclavitud moderna en la que se tiende a doblegar la libertad del individuo a cambio de su modesto sustento.
Siento un profundo amor y gran respeto por el ser humano, y considero mis fallos en este ámbito como errores míos y no de un sistema o superestructura que suelen ser cuando menos difusos. De lo que estoy absolutamente seguro es que no soy un explotador, ni tampoco clasista porque estoy radicalmente en contra de los que defienden las diferencias de clase por simple razón de cuna y la discriminación por tan irrazonable motivo.
Todo lo que antecede indica que tengo ideología de derechas, y mi radical rechazo a la soberbia me lleva a no sentirme superior moralmente a nadie, pero tampoco inferior, porque adonde mi razón me lleva es el más equilibrado y habitable de los lugares mentales posibles.
Otros temas José Manuel Otero Lastresel