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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

Todo dictador es un secuestrador de la libertad

José Manuel Otero Lastresel

Nuestra Constitución enumera, por este orden, la libertad, la justicia, la igualdad, y el pluralismo político, como los valores superiores del Ordenamiento Jurídico. Pero si a cada uno de nosotros se nos pidiera que ordenásemos estos cuatro valores constitucionales, no pocos los colocarían de diferente manera. Por mi parte, coincido con el lugar que les asigna la Constitución, lo cual significa que el valor que más estimo es el de la libertad.

Y es que, si se miran detenidamente las cosas, la libertad es el fundamento de los demás: sin libertad no puede haber justicia, ni igualdad, ni, por supuesto, pluralismo político. Por eso, me identifico enteramente con la democracia, ya que es el sistema que mejor garantiza esa facultad que tiene el ser humano de obrar de una manera o de otra, y hasta de no obrar, asumiendo las consecuencias de sus actos.

Consecuencia de lo que antecede es que siento una enérgica repulsa contra los dictadores, aquellos sujetos que se convierten unilateralmente en secuestradores de la libertad de su pueblo.

Recuerda Stefan Zweig, en “Castelio contra Calvino”, que “la gran mayoría de los hombres teme la propia libertad y que, de hecho, ante la agotadora variedad de los problemas, ante la complejidad y responsabilidad de la vida, la gran masa ansía la mecanización del mundo a través de un orden terminante, definitivo y válido para todos, que les libre tener que pensar”.

Por eso, cuando un pueblo tiene la desgracia de que surja una de estos secuestradores de la libertad, no pocos de sus miembros aceptan, más encantados que resignados, vivir en el estado de asfixia intelectual que supone el secuestro de la libertad.

Debe significarse, sin embargo, que todo secuestrador de la libertad se abre paso en su propósito “embriagando” al pueblo con ideas utópicas e inalcanzables pero con la dosis de veneno suficiente para sugestionarlo en el sentido de que deje en sus manos el manejo de esa maravillosa facultad de decidir que es la libertad. Lo que suelen ocultar desde el principio estos liberticidas son sus oscuros e inaceptables propósitos. A saber: después de su victoria, es decir, después de usurparnos la libertad, se convierten en verdaderos tiranos, convirtiendo sus ideas en dogmas.

Y es que, como dice el citado Zweig “no tienen suficiente con sus adeptos, con sus secuaces, con sus esclavos del alma, con los eternos colaboradores de cualquier movimiento. No. También quieren que los que son libres, los pocos independientes, los glorifiquen y sean su vasallos”.

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