La primera imagen que tengo de Ayllón (Segovia) es la del mercado de los jueves, el bullicio en la plaza porticada, junto a la fuente y la iglesia de San Miguel. Creo no obstante que sobre ese recuerdo real, en color, sobrevuela otro solo imaginado, una fotografía en blanco y negro de la misma plaza, el bellísimo corazón del pueblo, y el mismo día, el jueves de mercado, con carros en lugar de coches y ganaderos de toda la comarca en corrillos en plena compra-venta de sus productos o animales. En la foto se intuye la fiesta, el vino con los amigos, el pequeño negocio antes de volver a casa.
Ahora, el mercadillo se ha trasladado a las afueras, cerca de la piscina y del campo de fútbol, y es ciertamente menos digno de conservar en la memoria. Venden melones, ollas, bragas y pollos asados, como en cualquier otro. Sin embargo, la plaza sigue en su lugar, inalterable, sólida, una estampa hipnótica de las tierras castellanas. Cuando paso por aquí suelo sentarme a desayunar o a tomar el aperitivo, con la torre de Santa María la Mayor a la vuelta de la esquina y los restos del castillo en el cerro, allá arriba. Huele a pan, a cordero asado, a mañana fresca, a vidas sencillas que nunca aparecen en los periódicos.
La historia de Ayllón es larga. Por aquí pasaron celtíberos, romanos y árabes, entre otros, y cada cual dejó su sello. Los romanos aportaron el puente de piedra sobre el río Aguisejo, a dos pasos del Arco, la magnífica puerta de entrada a la Villa. Llegó a haber tres idénticas, pero dos de ellas las derribaron por razones de triste utilidad: no cabían los carros. Los árabes construyeron el castillo en el cerro, y, a partir de ahí, la muralla que abrazaba y defendía el pueblo… Al cabo, tras la reconquista, llegaron nuevos días de gloria asociados al destierro de Don Álvaro de Luna, valido de Juan II.
La calle dedicada a la todopoderosa mano derecha del Rey, referencia clave en la historia del pueblo, es -curiosamente- pequeña y poco llamativa. Los turistas solo la verán por casualidad, abstraídos por las iglesias, conventos y mansiones que fueron construidas en muchos casos con el negocio de las ovejas: la lana de ovejas merinas que se vendía a Europa, el Concejo de la Mesta, los buenos tiempos.
El pueblo es un oasis rojizo entre un mar de campos ocres -con el trigo ya segado- y la sierra de Ayllón, en la frontera con Soria y Guadalajara. En verano las calles están llenas de los que un día se fueron, o de sus hijos y nietos. Y también de algunos turistas. Desde hace años se organizan rutas teatralizadas para enseñar estas calles medievales de una manera diferente. Las escenas representadas junto al Palacio de los Contreras o el del Obispo Vellosillo pintan un boceto ingenioso de lo que pasó siglos atrás. Los curiosos aplauden. Cae el sol sobre los tejados de las iglesias. Y sopla una ligera brisa que anuncia que, como siempre, hará falta un edredón para dormir.
Visitas teatralizadas: de mayo a octubre. Sábados, a las 12.00 y a las 19.00. Domingos, a las 12.00. Precio: 6,50 euros. Niños de seis a doce años, 3 euros. Información: ayllon.es y 680 71 72 78.
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