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De la Alhambra, Fernando Manso y los pioneros de la fotografía en España

J. F. Alonsoel

Jean Laurent (Garchizy, Borgoña, 1816 – Madrid, 1886), uno de los fotógrafos más importantes de los que trabajaron en España en el siglo XIX, viajaba con un carromato -una especie de enorme coche de bebé o de pequeño carruaje- en el que había instalado su laboratorio. Podría confundirse con una estampa del viejo Oeste: el hombre excéntrico que deambula entre paisajes sin domesticar. Laurent tuvo un estudio en Madrid, cerca del Congreso de los Diputados, y fue «Fotógrafo de Su Majestad la Reina». Desde el 20 de diciembre al 3 de marzo, una exposición recuerda su obra en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid). Hace unos años, en 2015, Jean Laurent, el pionero, y Fernando Manso (Madrid, 1961), el fotógrafo romántico que nunca utiliza la tecnología digital, se reencontraron de alguna manera primero en el Museo Arqueológico Nacional y luego en el Palacio Carlos V de la Alhambra. De aquellas paredes colgaban dos visiones complementarias del monumento nazarí, dos testimonios precisos, dos obras de arte.

En realidad, Fernando Manso no quiso ver nada de la obra de Laurent mientras preparaba su libro («Alhambra», editado por Lunwerg). Quería llegar virgen. Viajó una semana todos los meses desde enero de 2012 a la primavera de 2013, en todas las épocas -excepto en agosto-, con todas las luces y cielos. Entraba al monumento a eso de las seis y media, sin turistas, bajo la mirada atónita de los vigilantes. Algunos días no tomaba ninguna foto. Solo anotaba una hora, un punto exacto. Luego llegaba el momento decisivo, esos minutos en los que el corazón se le encogía al disparar, al ajustar el enfoque en cada zona de la placa. Manso suele realizar dos disparos por cada encuadre. Una placa la guarda con mimo, la otra la deja en su jardín para experimentar con el proceso de oxidación natural. En ningún caso ve el resultado hasta el momento de revelar. Ambos tipos de imágenes completan ahora este libro, la obra de un artista capaz de combinar un gran rigor técnico con tomas sublimes, con el trabajo meticuloso y solitario, pleno de sentimientos, que caracterizó a los artistas románticos.

Dice Manso que a él le inspiran más los cuadros de los pintores impresionistas o de Turner que los pioneros de las cámaras. Como Turner, ha logrado elevar el paisaje a la categoría de arte. Le llaman el Antonio López de la fotografía. («Ojalá, le admiro mucho. He tenido la gran suerte de que él me escribiera el prólogo de uno de mis libros», admite Manso). Por supuesto, también se le podría comparar con José Ortiz Echagüe, autor de «España, pueblos y paisajes» (1939), y «España mística» (1943). O con el estadounidense Ansel Adams (1902-1984), conocido por sus fotografías en blanco y negro del Parque Nacional de Yosemite. Todos ellos, como Laurent, nos retrotraen a unos tiempos heroicos y artesanales. De alguna manera, ahí sigue Manso, con sus dos soberbias cámaras Ebony -se dejaron de fabricar recientemente-, con las placas grandes, con su dominio del desenfoque selectivo, de las texturas aterciopeladas, con su insistencia en la búsqueda de la perfección. Rara avis. Con su amor a España. En todos sus trabajos se ha entregado a sus paisajes, a sus tesoros, a la nostalgia y la emoción. Desde el dedicado a la Comunidad de Madrid a este de una Alhambra vacía y oxidada, entre cipreses, hojas secas y arrayanes.

Foto: Una de las imágenes de la Alhambra de Fernando Manso incluidas en su último libro.

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