Thor era el único que podía levantar el martillo Mjolnir porque Odín lo había encantado y sólo mi abuela era capaz de manejar su dialéctica explosiva porque la naturaleza la había dotado. Durante veinte años exhibió en su buzón el sublime homenaje póstumo “Dolores López-Alberca, viuda de Merinero”. Vino a pasar unos días a casa y no recuerdo cuál de mis hermanas se guareció en la de ella, acompañada. Dolores venteó algo, volvió subrepticiamente “a regar las plantas” y los encontró en mal momento. A ella, todavía sobre el colchón de nudos duros de lana del tálamo nupcial. A él, en el balcón, desnudo y semioculto tras un geranio gigantesco. Me lo contó así:
– “¡Los he encontrado en mi propia casa y estaban, estaban…¡festejando!”
La palabra vulgar que designa el coito se me antojaba traicionera porque en el diccionario significa expeler ventosidades silenciosas, así que adopté para siempre aquella delicia tan fresca de festejar. Como cuando pisabas una caca en la calle y la viuda de Merinero decía, castiza, “Te has cortao”. Lo escatológico estaba fuera de lugar. Para las aguas mayores decía mover el vientre. Yo veía las carreras de motos en la tele, pero ella aseveraba que aquello sólo era “dar vueltas y vueltas al mismo sitio como unos tontos”. Se lo confesé a Álex Crivillé, que guardó en antena el prudente silencio del seny. Mi abuela sólo había estudiado hasta los trece años y decía las cosas a su manera. Inventó la única unidad de medida superior al tera conocida por el hombre: el porción. “Hay un porción de estrellas en el cielo, Rafael”. Un solo consejo suyo no escuché: cuando me iba a trabajar al helicóptero de la radio, ella me gritaba desde el balcón “¡Cuidado, no os vayáis a hacer daño!”. Todos los días del año yo contestaba “Los helicópteros no se caen así como así, abuela”.
El 25 de enero de 1987 el aparato se estrelló en Barajas, pero ni a Luis Ayuso ni a mí nos pasó nada, pues él era más dios que hombre pilotando el pájaro. Antonio Herrero demostró ser un amigo tragándose la noticia del día para que a mi abuela, que era oyente nuestra, no le diera un infarto y Dolores dijo…
(Continuará pronto).
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