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Blogs Pienso de que por Rafael Cerro Merinero

Refranes e ingenio

Refranes e ingenio
Rafael Cerro Merinero el

El primer dicho lapidario me lo regaló a los nueve años, en la plaza del pueblo de la villa madrileña de Alcobendas, un anciano nonagenario que a veces pegaba a los zagales en el lomo con el cayado, como si intentara enderezarlos con un objeto curvo:

– ¡La juventud se endroga!

Toda la juventud. Como los insensatos de “la generación mejor preparada de la historia”, pero al revés. Tanto da. Hemos topado con una generalización y decir injusta sería redundante. Hay aseveraciones y refranes nutritivos, hay refranes y aseveraciones idiotas. El Diccionario de la Academia define el refrán como un dicho agudo y de sentido común, pero incluye la expresión tener refranes para todo como equivalente a hallar salidas o pretextos para cualquier cosa. Hay que elegir bien los refranes para no malbaratarlos y también es necesario encontrar el momento adecuado para lanzarlos. Cuando don Quijote se enfada porque Sancho hace lo contrario, y los enhebra sin ton ni son, contesta encendido con un trabalenguas:

“¡Sesenta mil satanases se te lleven a ti y a tus refranes!”

Uno de los asertos más estúpidos de la historia es también peligroso: “quien bien te quiere, te hará llorar”. Describe una realidad contraria a la que conocemos casi todos, contraviene la ética de lo pacífico que nos enseñaron a muchos y, lo que es peor, justifica algunos horrores. Según Diego de los Santos, el dicho que afirma que “los hombres no lloran” propicia las iniquidades del régimen feminista radical español: como el varón no puede quejarse, lo destruye sometiéndolo a toda clase de sevicias. Otra sentencia de estulticia admitida como proverbio de sabios es la archiconocida “en cuestión de gustos, no hay nada escrito”. La refutan tanto el sentido común como el vasto acervo de literatura que versa precisamente sobre el buen gusto. No es lo mismo ir a misa con un atuendo informal de vaqueros y camisa que asistir a los oficios ataviado con un chándal rojo con raya blanca paralela en mangas y perneras. Especialmente si la raya es cuádruple y si la caspa a juego sobre los hombros completa el cuadro. Siempre la raya nefasta: la del chándal, la de farlopa, la del cabello.  Creer que da igual que la raya blanca se les vea a las señoras bajo el tinte del pelo conduce a una muerte prematura de lo sublime.

El maestro Miguel Ángel García-Juez es un tipo con una inteligencia sorprendente que me enseñó mucho sobre la radio y sobre la vida, que para mí son lo mismo. García-Juez nos advertía a los redactores polluelos de los años ochenta en la redacción: “dicen que lo difícil no es llegar, sino mantenerse, pero en la vida real ocurre exactamente lo contrario”. Tenía razón: la cuesta arriba suele estar al principio de la gráfica. En este país de cortesanos ocurre a menudo que neófitos muy solventes mueren por el camino porque, aunque atesoran calidad, no tienen contactos. Les falta oxígeno para crecer. Paradójicamente, la propia radio española prescindió de Miguel Ángel cuando más lo necesitaba a él.

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