Alberto Garzón acaba de firmar el certificado de muerte de Izquierda Unida, justo en el momento en el que unas nuevas elecciones generales podrían haber ayudado a la formación de izquierdas a remontar el vuelo. Desde el punto de vista de la estrategia política es un error, pero desde el de la ambición personal un acierto, a mi juicio relativo y a muy corto plazo.
Garzón se ha entregado al devorador Pablo Iglesias que avanza, poco a poco, en la creación de una especie de Frente Popular que le puede plantar cara al Partido Popular en las próximas elecciones. No son una broma los más de seis millones de votos que, a día de hoy, suman ambas formaciones políticas. Habrá que ver si la alianza a la que han llegado no espanta a un sector de los votantes de IU, a los que no les gusta el radicalismo de Podemos.
Siempre he sostenido, y lo sigo manteniendo, que si Garzón hubiera acudido en solitario a las elecciones hubiera conseguido más escaños y su negociación posterior con Pablo Iglesias se hubiera realizado desde una posición de más fortaleza, pero ha decidido entregarse y renunciar a la batalla.
Mientras Pablo Iglesias se frota las manos por el “sorpasso” a Izquierda Unida, en el Partido Socialista han entrado en pánico. Por un lado está amenazado por un frente de izquierdas que avanza lentamente y le puede quitar su posición de segundo partido más votado, y por otro tiene a Ciudadanos que le puede arañar esos votos que a la formación de Albert Rivera se le van a escurrir por la derecha. El pánico también empieza a sentirse en el centro derecha que puede volver a votar al PP, “con la nariz tapada”.
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