La sesión parlamentaria de ayer en el Congreso, donde se debatía la paralización del intento del PSOE y PNV de derogar la prisión permanente revisable, puso de manifiesto las miserias de la política.
Si algo de bueno, por decir algo, tuvo esta jornada parlamentaria, es el mea culpa que entonaron algunos de los protagonistas del día.
Por un lado, Ciudadanos, que rectificó su posición inicial y unió sus votos al Partido Popular, aunque después no sirvieron para nada, y apoyó su iniciativa para que no siga tramitándose en el Congreso la derogación de este castigo.
Por otro lado, la portavoz socialista Margarita Robles. Después de la, a mi juicio desafortunada intervención del diputado socialista Juan Carlos Campos, que acusó al PP de utilizar el dolor de las familias de las víctimas, a las que hizo llorar; la exmagistrada admitió, con mucha razón, que el día de ayer representó una “página negra del parlamentarismo español”.
Finalmente, hasta la diputada de Podemos, Carolina Bescansa, escribió un tuit (el nuevo término admitido por la RAE) pidiendo perdón “a las víctimas, a sus familias, a la sociedad española por no haber sabido tener un debate a la altura de su dignidad“.
Fue un espectáculo bochornoso y un ejemplo de lo que no tiene que ser la política. Sobre todo, después de la lección de generosidad, humanidad y sentido común que nos ha dado la madre de Gabriel durante estos días.
Frente a los llamamientos al perdón de esta madre destrozada, la irresponsabilidad de los políticos, sobre todo de los que apoyaron derogar este castigo, que utilizaron a las víctimas y sus familias para sus intereses partidistas. En la vida, todo tiene un límite, para algunos, parece que no.
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España Paloma Cervillael