Pablo Iglesias no quería asaltar el cielo, o sí. Lo que realmente quería, y ahora se ha visto claramente, es asaltar el cielo de los medios de comunicación. A estos políticos de estirpe bolivariana, que han llegado a la política a través de una supuesta financiación del régimen chavista de Venezuela, no les gusta que periódicos, radios o televisiones los critiquen. A esta nueva política solo le va el botafumeiro porque se creen inmaculados, por encima de lo que llaman casta, y libre de cualquier sospecha sobre su ética política.
A la prensa libre española le ha dado por cumplir con su derecho a informar, ese que no existe en la Venezuela que tanto ha enseñado a esta legión podemita, y Pablo Iglesias se ha puesto de los nervios. Primero ha arremetido contra los periodistas diciendo que mienten en sus informaciones para medrar en sus empresas. Y aunque ha pedido perdón por semejante barbaridad, acto seguido ha presentado en el Congreso, a punto de cerrar las puertas y disolverse este lunes, una Proposición no de Ley para abrir un debate amplio sobre los medios de comunicación.
Entre las perlas que contiene esta iniciativa solo quiero referirme a dos: la intención de limitar la propiedad de las televisiones y las radios y la de implantar la “educación mediática” como asignatura obligatoria en los colegios.
En román paladino, que quiere meter la mano, o sea controlar y decidir, quién y cómo una empresa puede decidir comprar o no un medio de comunicación y adoctrinar a los niños sobre lo que él entiende que debe ser la comunicación.
Pablo Iglesias, un recién llegado a la política española, todavía no se ha dado cuenta de que esto no es la Venezuela de Chavez y de que el “Aló, presidente”, o mejor dicho, “Aló, Pablo”, aunque le pese, nunca será una realidad en este país.
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España Paloma Cervillael