Sin saber por qué, muchas mujeres, también hombres, se convierten en los «fuertes de la familia». No se trata de un título oficial ni nada que alguien te imponga. Pero tu calidez y cariño en la interacción con las personas que quieres, tu capacidad para resolver problemas, tu servicialidad, tu rapidez, tu humanidad, ser la o el mayor, quién reside cerca, quién tiene un horario flexible o de media jornada, tu sentimiento de pertenencia, no saber decir que no o simplemente el hábito de ser tú la que siempre resuelve todo, te ha convertido en la fuerte de la familia. Titulazo. Y estás hasta las narices de serlo.
Ser la fuerte de la familia te ha obligado a ocuparte de responsabilidades que no te tocan, a renunciar a tiempo personal, profesional, a tener que disimular emociones, esconder tus ganas de llorar, a no ser impulsiva y mandar todo al garete cuando estabas agotada. Ser la fuerte de la familia te ha minado por dentro y por fuera. Representas un rol que no elegiste, que te ha desgastado y del que deseas liberarte porque, además, no te identificas con él. Simplemente en el reparto de la película de la vida de tu familia, te tocó.
Seguir siendo la fuerte de la familia supone seguir simulando una entereza y fuerza que ya no deseas. Supone no poder expresar dolor, no contagiar a los demás tus miedos, que, por cierto, también los tienes. Supone seguir protegiendo a todos del dolor, de la responsabilidad, seguir liberando de responsabilidades a los tuyos…porque total, tú lo haces todo mejor y más rápido que los demás.
Dejar de ser la fuerte de la familia no es sinónimo de desentenderte de todo, de dejar de pensar en los demás, no de ser coherente con tus valores. Solo se trata de dejar de fingir emociones, de poder expresar lo que sientes, de hablar de tus miedos, de cargar con menos peso en la mochila, de repartir el peso y buscar soluciones. Dejar de ser la fuerte de la familia es permitirte derrumbarte, decir que no cuando, ocuparte de ti y no sentirte responsable de todo lo que le pasa a tu familia y a tu entorno.
Querida, o querido, manos a la obra. Empieza el increíble reto de «dejar de ser la fuerte de la familia y no sentirme culpable por ello».
Grito de guerra
Este grito de guerra no te libera de ninguna carga, pero sí te libera de emociones. Empieza por gritar para adentro cuando haya gente delante o para fuera cuando estés sola. ¿No te ocurre a menudo que tus hijos llegan a casa, y que desde primera hora de la mañana ya te están mandado mensajes «qué hay hoy para comer» y tú con todo tu amor preparas lo que es saludable y al llegar te ponen cara de «qué mierda, yo quería pasta»? Pues a partir de ahora, no razones, no les digas todo lo que haces por ellos, no les expliques que tienen que comer de forma saludable, simplemente grita por dentro «que te jorobes, que esto es lo que hay». Decírselo a la cara es políticamente incorrecto, pero ¡Qué bien sienta por dentro! No te desgastes, no busques explicaciones de buena madre. ¡Hala, aire fresco! Y no digas un «que te jorobes» enfadada, no. Con toda la risa del mundo. Y esto es aplicable a tus hijos, a tu madre, a tu pareja, y a todo el que te exija.
Delega
¿Qué estas haciendo tú que puedan hacer los demás? Siéntate por favor y elabora una lista. Comparte esa lista con todas las personas cercanas e involucradas que puedan responsabilizarse de lo que te responsabilizas tú.
Si estás esperando el día en que sean maduras y generosas como para que salga de ellas. De ayudar, igual terminas de quemarte. Tus hermanos, tus hijos, tu pareja, tus amigos, tus padres ya se han acostumbrado a que te ocupes tú. Incluso les da confianza y seguridad…porque ¡tú lo haces taaaaaan bien!
Si resuelves a todos situaciones como ser la única que acompaña a tus padres al médico, a tus hijos a sus citas, acompañar emocionalmente a tu hermano que se acaba de divorciar, proteger a tu pareja para que no sufra con la controladora de su madre, quitarles a tus hijos piedras del camino, resolver los temas financieros de tu hermana que no tiene mucho sentido común y lo despilfarra todo, será muy difícil desprenderte de ello. Permite que todo esto esté hecho medio regular, que haya olvidos, que aprendan a convivir con las consecuencias. Y si me dices «ya, pero si no me ocupo yo, es que no se ocupa nadie», pues igual durante un tiempo, hasta que se puedan vivir las consecuencias, no tiene que ocuparse nadie. Y no me refiero a situaciones en las que tus padres pongan en riesgo su salud. Me refiero a vivir las consecuencias que sean asumibles sin riesgos graves de salud.