Hace tiempo que Doncic sabe que su tiempo en el Real Madrid se acaba. Lo dicen sus números estratosféricos, que atraen como moscas a los ojeadores de la NBA, y se desprende también de su lenguaje corporal. Su crecimiento en el club blanco ha sido brutal desde que llegó con 13 años. En España se ha hecho jugador, pero también se ha modelado como persona. Un agradecimiento que el esloveno quiere devolver con títulos en la que será su última campaña de blanco si no ocurre nada extraño de aquí a final de temporada.
Quizá por eso, la Copa es más especial que nunca para él. Aunque ya sabe lo que es ganarla, nunca ha llegado con tanto protagonismo en los hombros como en esta edición de 2017, en la que todos los ojos le seguirán por la pista y fuera de ella. Su salto de calidad ha sido exponencial desde que volvió del Eurobasket. Allí se quitó todos los complejos y dejó atrás los miedos. El oro conquistado le dio alas para liderar a un Real Madrid huérfano en ausencia del lesionado Llull. Fatalidad que ha ayudado a Doncic a germinar y erigirse como gran estrella de Europa, el proyecto más importante del continente en las últimas décadas.
Su futuro en la NBA está por escribirse, aunque buena parte de él se concentra en esta Copa. En Las Palmas le seguirán muchos de los ojeadores que decidirán su puesto en el draft y la mejor forma de labrarse un buen puesto en esa elección es brillar en el torneo más importante del baloncesto español.
Este será el primer instante en el que a Doncic se ele exigirá estar a la altura. Después de dos temporadas ganando peso en el equipo, esta Copa 2018 es su momento. Es el mejor base y el tercer jugador más valorado en la ACB y en la Euroliga ha roto ya varios récords de precocidad. Sin límites aparentes, apunta hacia el MVP de la Copa, que en años anteriores recayó en sus compañeros Rudy, Ayón y Llull.
Copa del Rey Emilio V. Escuderoel