Hace años que la FIBA y la Euroliga entraron en conflicto. Fue mucho antes de que se decidieran abrir las famosas «ventanas de clasificación», aunque fue esa decisión y la ampliación del calendario de la competición europea la que terminó por enquistar una relación tormentosa que ha entrado en una espiral peligrosa.
Basta con mirar al calendario para entender la locura general del baloncesto en los últimos años. La reestructuración de la Euroliga y la llegada de las fechas de clasificación para el Mundial multiplican un calendario ya de por sí muy cargado. Sin contar con la Supercopa ni la posible Intercontinental -que el Madrid disputó el año pasado-, un conjunto ACB, clasificado para la Euroliga y la Copa del Rey, podría llegar a disputar 85 partidos en una sola temporada. Desde mediados de septiembre hasta junio. Nueves meses con una media de casi dos partidos a la semana. A eso se han unido ahora otras siete fechas con partidos de las ventanas FIBA para el Mundial 2019, lo que podría aumentar la carga de algunos jugadores hasta los 92 encuentros. Demasiada carga, cuyo desgaste termina pasando factura en forma de lesión.
Si utilizamos el ejemplo del fútbol para comparar, un equipo que dispute la Liga y llegue a la final de Copa y Champions League disputará apenas 62 encuentros (23 menos que en el caso del baloncesto) a los que se sumarían ocho fechas reservadas para partidos de la selección. Un 25 por ciento menos de compromisos. Alivio para los deportistas, pero también para los aficionados. Si ya en muchas ocasiones decimos que tenemos fútbol hasta en la sopa, imagine al hablar de baloncesto.
Además del conflicto en el panorama internacional, ese aumento de partidos alrededor de la canasta ha desatado también un conflicto en España, donde los clubes que disputan la Euroliga, en lugar de pedir una racionalización de la competición europea, amenazaron hace tiempo con abandonar la ACB si no se reducía el número de participantes. Cisma que el CSD trató de apaciguar este verano, pero que sigue latente a la espera de la negociación entre la patronal, los clubes y la Federación (FEB).
Al final, todo se reduce a una cuestión de dinero y de odio. Causas ambas alejadas del deporte, que debería ser la principal preocupación. FIBA Europa, que durante mucho tiempo pasó de las competiciones continentales de clubes, quiso hace años acaparar una parte del pastel. La negativa de la Euroliga y los grandes clubes creó un cisma irreparable entre ambas partes y a partir de ahí la llegada de las ventanas de clasificación no ha hecho más que aumentar la carga de tensión.
Solo así se entiende que FIBA deje a un lado a la NBA y no le obligue a ceder a sus jugadores para los partidos de clasificación pero sí lo exija, en cambio, a los que disputan la Euroliga y la Eurocup. Intereses contrapuestos que dejan en medio a los protagonistas. Unos jugadores que se sienten indefensos estos días ante la disyuntiva que se les abre ante sí. Porque igual que nadie se imagina a Sergio Ramos o Piqué eligiendo entre jugar un Real Madrid-Bayern o un PSG-Barcelona a hacerlo con la selección, Rudy Fernández o Pau Ribas tampoco tendrían que tener ese debate en la cabeza.
Han pasado meses desde que se hiciera público el nuevo calendario de selecciones, pero no ha sido hasta ahora, a solo unos días de que comience esa fase de clasificación, cuando algunos se han echado las manos a la cabeza. Habrá que ver si aún hay tiempo para evitar un esperpento que podría llevar a unos jugadores a disputar un partido y solo 36 horas después ver cómo otros defienden la camiseta de España.
ACBEuroligaMundial BaloncestoSelección Española