En la sala de control del JPL todo el mundo contiene la respiración. Son exactamente las 21:48 (hora española) y el módulo de aterrizaje de la misión Mars 2020 acaba de entrar en la atmósfera de Marte a casi 20.000 km por hora. Dispone de apenas siete minutos para decelerar hasta los 2,7 km/h, la velocidad de una persona caminando, y aterrizar suavemente en el planeta rojo. Acaban de empezar, pues, los llamados ‘siete minutos de terror’, los más complicados de todo el viaje y durante los cuales el ingenio espacial no podrá ser dirigido desde la Tierra. Ahora todo depende de la inteligencia de la propia nave y del lugar exacto que ella misma seleccione, tras comprobar el terreno durante su vertiginoso descenso, para tomar tierra.
Apenas diez minutos antes, a las 21.38 (hora española), el módulo de descenso se había separado con éxito de la etapa de crucero, que le llevó acoplado a su ‘panza’ durante un viaje de casi siete meses y 470 millones de km a través del espacio. Pero ahora está solo y depende únicamente de sí mismo. Cualquier orden enviada desde la Tierra, en efecto, tardaría 11 minutos en llegar hasta él, mucho más de lo que dura la maniobra completa de aterrizaje.
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