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Blogs Ciencia y Tecnología por José Manuel Nieves

¿Está la Tierra preparada para el impacto de un asteroide?

José Manuel Nieves el

Será a partir del lunes, desde el 27 al 30 de abril. Y será en Granada. Allí, astrónomos del mundo entero se reunirán en la primera Conferencia Internacional sobre Defensa Planetaria y se devanarán los sesos durante cuatro días para averiguar cuál es la mejor forma de proteger nuestro mundo del impacto de asteroides y cometas. El encuentro, organizado por la Agencia Espacial Europea, se aborda como la continuación de los otros dos que se celebraron en 2004 y en 2007 en Los Angeles y en Washington. Las conclusiones de ambos congresos se pueden consultar aquí.

El programa, desde luego, promete. Los objetivos abarcan desde la necesidad de mejorar los sistemas de detección y seguimiento al cálculo potencial de los desastres que podrían provocar en caso de chocar contra nosotros.  Y, cómo no, a qué se podría hacer para desviarlos de sus mortíferas trayectorias de colisión.

Para quien piense que eso no va a pasar nunca, que son especulaciones de cuatro científicos locos, ahí van algunos datos: La red internacional de observatorios  que hoy se dedica a rastrear asteroides y cometas en el espacio ha encontrado ya 900 que podrían ser potencialmente peligrosos para la Tierra. Se trata de objetos, en todos los casos, mayores de 140 metros y la lista crece a razón de 80 nuevos miembros cada año. Ciertas estimaciones sitúan su población real en más de 4.000.

Una buena parte de la conferencia se dedicará a un asteroide concreto, uno con nombre propio. Se trata de Apophis, una roca de 270 metros descubierta en 2004 y que pasará muy cerca de la Tierra, por debajo incluso de la órbita de los satélites geoestacionarios, en abril de 2029 y que volverá, con muchas más posibilidades de impacto (una entre 45.000), en el año 2036. Si finalmente sigue su camino en lugar de embestir la Tierra, pasará tan cerca de nosotros que podrá contemplarse a simple vista.

Pero no es Apophis el único peligro que nos ronda, a pesar de ser el más inminente. Los llamados NEOs (Near Earth Objects, Objetos Cercanos a la Tierra) son mucho más numerosos, y abarcan rocas que van desde los pocos metros a los varios kilómetros de diámetro. Entre los NEOs se cuentan también numerosos cometas, aunque su proporción con respecto al total resulta muy pequeña, apenas del 1 por ciento. Las modernas tecnologías de detección hacen que el número de NEOs crezca continuamente y los expertos creen que dentro de una década se habrán detectado (y se seguirán las trayectorias) de más de 500.000.

Algunos de esos NEOs, los que son potencialmente peligrosos, tienen órbitas que los traerán, en algún momento, peligrosamente cerca de nuestro planeta. Un planeta, por cierto, que desde su mismísimo origen ha sido castigado dura y continuamente por el impacto de esta clase de rocas espaciales. Uno de esos impactos, con un objeto de tamaño planetario (se cree que de un tamaño parecido a Marte) dio origen a la Luna hace ya 4.400 millones de años. Y el bombardeo no ha cesado desde entonces. Los científicos encuentran continuamente más y más pruebas de impactos sucedidos en algún momento concreto de nuestra historia. Algunos de ellos con consecuencias verdaderamente catastróficas para la vida en la Tierra.

Casi todos, sin embargo, están de acuerdo en que, con la tecnología de la que disponemos en la actualidad, estamos en condiciones de detectar incluso con décadas de adelanto a muchos de estos auténticos “asesinos espaciales”. Pero no son los más grandes, los que miden kilómetros de diámetro, los que más preocupan a los científicos, aunque sean los que tienen un mayor poder de destrucción. Si en algún momento un asteroide de uno o varios kilómetros se dirigiera directamente hacia la Tierra, lo detectaríamos con el tiempo suficiente como para intentar destruirlo o desviarlo de su trayectoria. Algo que es posible realizar con los medios actuales.

Son los pequeños los que más preocupan a los expertos, los que miden entre cincuenta y cien metros y que precisamente por su reducido tamaño resultan muy difíciles, a menudo imposibles, de detectar. Sólo en marzo de eeste año, pasaron rozándonos dos (que sepamos) de estos asteroides. Y en ambos casos fueron detectados cuando sólo faltaban unas horas para su llegada.

Es cierto que ningún asteroide o cometa de ese tamaño destruiría la Tierra, ni pondría en peligro la vida en nuestro planeta. Pero tenemos un caso registrado que debería darnos que pensar. En 1908, un meteorito de unos cincuenta metros de diámetro cayó en la región siberiana de Tunguska y arrasó por completo más de 2.000 km cuadrados de tundra. Si hubiera caído en una región densamente poblada o en una gran ciudad, sus efectos serían mucho más que una simple anécdota científica…

Todos preparados, pues, para las conclusiones y los planes que se nos desvelen los expertos en la conferencia de Granada. Que caiga un meteorito es algo que, si bien es cierto que apenas nos preocupa, quizá sí que debería hacerlo.

Ciencia
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