Incluso los genios se equivocan, y Stephen Hawking no es una excepción. Aunque en este caso, más que a una equivocación, su error se ha debido a una incomprensible falta de información. Atenuada, desde luego, por una más que comprensible falta de capacidad de reacción.
El genial físico británico, en efecto, dedicó una parte sustancial de su conferencia del pasado martes en Starmus a ponderar el excepcional descubrimiento, por primera vez, de ondas gravitacionales, pequeñas deformaciones en el tejido del espacio-tiempo y la prueba de que hace 13.800 millones de años, tras el Big Bang, se produjo un brevísimo pero intenso periodo de inflación, durante el que el Universo multiplicó, en la primera fracción de segundo de su existencia, miles de veces su tamaño. El anuncio fue hecho el pasado marzo por científicos del Harvard-Smithsonian, y la detección de las ondas gravitacionales se había llevado a cabo utilizando el detector BICEP 2, instalado en la Antártida.
La cuestión es que, apenas dos días antes de que Hawking pronunciara su conferencia, el grupo de investigación de la misión europea Planck, que desde hace meses revisa los resultados del BICEP 2, publicó un estudio en el que se desmentía tal descubrimiento. Según el nuevo trabajo, lo que se detectó con el BICEP 2 no fueron ondas gravitacionales procedentes del origen del Universo sino, en buena parte, emisiones procedentes del halo de polvo que rodea nuestra propia galaxia. Todo un jarro de agua fría para el que llegó a calificarse como el anuncio científico más importante del siglo XXI.
¿Cómo es posible que Hawking no se hiciera eco de algo tan importante y pronunciara su discurso como si efectivamente la detección de ondas gravitacionales hubiera sido confirmada? Nadie le avisó de la noticia? El director del Instituto Astrofísico de Canarias, Rafael Rebolo, confirmó a ABC que él mismo intentó advertir al físico británico para que enmendara su error, cosa que no fue posible. La conferencia de Hawking estaba preparada desde hacía una semana, y resultaba demasiado complicado hacer las correcciones oportunas en tan poco tiempo. Hay que tener en cuenta que Hawking habla a través de un ordenador y que apenas si puede mover algún músculo de la cara para controlarlo. Cambiar cualquier contenido en el último momento es algo que, en su caso, resulta extremadamente difícil. “Sugerí el cambio -ha explicado Rebolo a ABC- pero no era viable. Yo vi por adelantado el texto que iba a pronunciar y vi que era compatible con lo que se acababa de anunciar. No hay contradicción. Simplemente, él no menciona el último resultado de Planck, porque su conferencia estaba ya preparada y no se podía tocar”.
Charlie Duke y el cambio climático
Charlie Duke, astronauta del Apolo 16, fue uno de los conferenciantes de esta edición del STARMUS. Pero durante su intervención, en la que se refirió al “valor perdido” de la NASA con respecto a épocas pasadas, y a la necesidad de correr riesgos si realmente se quiere explorar algo nuevo, Duke deslizó, en tono despectivo, una serie de comentarios sobre el cambio climático, o mejor dicho, sobre su inexistencia. Para este héroe del espacio, en efecto, el cambio climático no es más que el invento de unos pocos, una especie de estafa científica, ya que la actual fase de calentamiento no es más, según él, que parte de un ciclo natural, uno de los muchos que ha pasado ya la Tierra.
Le respondió con humildad y sabiduría uno de sus compañeros de mesa, Harold Kroto, Nobel de Química y el hombre que descubrió las primeras moléculas complejas de carbono en el espacio, los fullerenos. “Yo no soy un especialista en cambio climático -dijo- pero si nueve de cada diez de los científicos que lo estudian están preocupados por él, creo que lo más sensato es preocuparse también”. Toda una lección.
Organícense, por favor
Desbordados. Esa es la palabra que mejor define a los organizadores del Starmus de este año. Desbordados por una asistencia masiva de público que no esperaban; por el número de periodistas, que pasó de los veinte previstos a más de cien; por el carácter “particular” de algunos de los invitados, difíciles de manejar…; Y por la bien intencionada (aunque nada práctica) obsesión del director del evento, el astrofísico Garik Israelian, por controlarlo todo, absolutamente todo, de forma personal e intransferible.
Starmus ha crecido mucho desde su primera edición. Y se está convirtiendo, si es que no se ha convertido ya, en una cita obligada para los amantes de la Ciencia, la música y el arte en general. Israelian, padre indiscutible de la idea de este festival científico único, vendedor incansable de su criatura en todos los foros imaginables, “conseguidor” de los fondos necesarios para llevar el proyecto adelante y principal “reclutador” de las estrellas invitadas más importantes, se enfrenta ahora a la necesidad de dar un paso importante y “cambiar el chip” en algunos aspectos si quiere garantizar la continuidad de su invento.
Todo hace suponer que la próxima edición del Starmus será incluso mayor que esta. Y la organización de un evento así requiere de profesionales y especialistas en organización de congresos, y no de la imposible omnipresencia de una persona no especializada y de un equipo de ayudantes que no pueden dar ni un paso sin contar directamente con él. Se evitaría así, por ejemplo, que los periodistas deambularan sin control ni guía a la caza de entrevistas y declaraciones, en lugar de tener una serie de encuentros programados y organizados de antemano. O que los horarios y las previsiones de aforo se cumplieran, y no que muchos de los asistentes se encontraran de repente con la desagradable sorpresa de que no tenían sitio en alguno de los eventos. O que no hubiera retrasos inexplicables en la agenda, con los ponentes sentados durante veinte minutos en sus puestos y a la espera de que alguien de la organización apareciera para dar comienzo al acto. En otras palabras, un manjar tan selecto y bien condimentado como Starmus no puede presentarse envuelto en papel de estraza.
El cabreo de Alexei Leonov
El 8 de marzo de 1965 Alexei Leonov fue el primer hombre que llevó a cabo un paseo espacial. Ruso de los de antes, exmiembro del Partido Comunista y uno de los símbolos vivientes de la antigua URSS, Leonov ha pasado más de la mitad de su vida entre agasajos, reconocimientos y celebraciones en los que él ha sido siempre, y sigue siendo, el protagonista.
Quizá fue por eso que el ex cosmonauta, de voz poderosa y aspecto decidido, no pudo comprender por qué se había quedado sin sitio en la cena de gala de inauguración del Festival. Pero así fue. Leonov llegó al «Mirador», uno de los restaurantes del hotel canario donde se celebra Starmus, y no encontró dónde tomar asiento. Ni él ni su comitiva de acompañamiento, que Leonov había intentado imponer a toda costa a una organización que ya estaba al límite del colapso. Su monumental cabreo se dejó sentir durante todo el Starmus , y el sufrido director del evento, Garik Israelian, tardó por lo menos dos días en conseguir que el ruso volviera a dirigirle la palabra.
Por cierto, también los periodistas estábamos invitados a la cena de gala. Y tuvimos que pasar por el bochorno de que, una vez sentados y consumiendo ya los aperitivos, en animada charla con los demás asistentes, nos pidieran amablemente que abandonáramos el recinto por falta de espacio… Ni siquiera nos sirvió de consuelo que la propia esposa del director del Festival tampoco pudiera quedarse.
La «educación» de Richard Dawkins
Es biólogo evolucionista y uno de los autores más admirados del momento. Sus libros son éxito seguro y sus polémicas “Ciencia versus Religión” llenan casi a diario las páginas de los periódicos y las redes sociales en todo el mundo. En ellas, Dawkins expresa sus opiniones con profusión y rara vez rehuye la polémica. Autor, entre otros libros, de “El gen egoísta”, auténtico best seller de la literatura científica, uno se esperaría que su autor, en el trato personal, estuviera a la altura de la grandeza de su obra.
Pero no es así. Dawkins se muestra siempre hosco, esquivo y receloso, rehuye a la prensa, a la que desprecia sin disimulo, y llega a rayar con la mala educación en numerosas ocasiones, incluso entre sus fans. Durante el Starmus, por ejemplo, se negó a firmar un libro a una niña que se lo pidió con franca admiración porque “sólo firmo el catálogo del festival”. Y a un periodista que intentó conquistarle regalándole una primera edición de una de las obras de Darwin, le dio la espalda bruscamente y se alejó sin ni siquiera despedirse. Eso sí, llevándose el valioso obsequio bajo el brazo. Al día siguiente, sentado ya en el set que le habían preparado para una entrevista en televisión, iluminado por los focos y con la cámara ya en marcha, se levantó bruscamente y se marchó sin más. “He cambiado de opinión -dijo-. Estoy cansado y no hay entrevista”. Y se alejó sin dirigir siquiera una mirada al equipo, que quedó estupefacto ante tan incomprensible reacción.