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Blogs Música para la NASA. por Álvaro Alonso

Paul Carrack, The Waterboys y Pastora Vega en la noches del Botánico

Medido concierto del primero, inspirado a ratos el segundo

Álvaro Alonsoel

No era una noche para descubrir la pólvora. El respetable que acudió al recinto de la Ciudad Universitaria este domingo, último día de junio, víspera de la primera estampida de Bisontes de la gran ciudad camino a las ansiadas vacaciones, se desgranaba en una clientela peculiar, si bien abundaban los puretas de toda la vida con ganas de demostrar que la vida les ha ido bien y las cosas les sonríen. Nada que objetar. Oye, también pueblo llano, que tanto Paul Carrack en sus múltiples rencarnaciones, sea en Ace, en Squeeze,  en Mike & The Mekanics o en solitario, como The Waterboys sonaron y mucho, allá cuando casi todos andábamos por los veintitantos. De eso han pasado treinta años. Unos serán ahora Secretarios de Estado, Técnicos, empresarios, o lo que sea. Ya no somos jóvenes, y se busca en ocasiones algo que no tenga nada que ver con la novedad. Tampoco con el relumbrón. Una clase media que creció en España escuchando buena música, y a la que desde que se anunció no hace mucho su desaparición lenta, pero a rodillo, apenas si le dan el gusto de encontrar un cartel adecuado. Ahí estaba esa masa intermedia, con ganas de pasarlo bien sin llamar la atención. A mi izquierda, según salía hacia la barra terminado el concierto de Paul Carrack, medido, serio y humilde, bonachón incluso Paul, con un conjunto aglomeración de hasta tres teclados, dos baterías, saxo fantástico y voz, la de Paul, excelente, ahí estaba digo Pastora Vega. Hacía que no la veía más de treinta años. Y está exactamente igual. Ya le preguntan cómo lo hace. Bien, el caso es que antes de ponerse el sol los de Paul Carrack dieron un gran concierto, no hay duda. No es como ver a Steely Dan, ya les gustaría, pero por ahí van los tiros. Tiene canciones radiadas que en directo son ambrosía, desde la inmortal “Tempted” de Squeeze donde Paul cantara, hasta el final con público muy entregado gracias a “How Long” y la archiconocida “Shoulder”. Entre líneas deleitaron con un amor a la música soul innegable, con dos piezas de colección, como son “Walk in the Room” de Jackie DeShannon, una de las primeras compositoras de la historia del pop reciente, y “Groovin´” que me atrevo a jurar sin mirar que era de los Young Rascals… (Uf, sí, de 1967). Lo dicho, que tampoco hay que epatar en el escenario. Que hay una gran cantidad de gente que lo que quiere es escuchar buena música.

Un tiempo de espera algo largo, debido a la complejidad orgánica de los equipos de ambos conjuntos y la necesidad de cambiar todo en el escenario.  Y ya de noche salen The Waterboys, una banda que Mike Scott ha capitaneado con una etapa de discos en solitario, hasta su reunión a principios del siglo XXI. Es un caso curioso el de este poeta, algo gitano del Este en la sangre, criado en las islas Británicas. Los que lo hemos visto en las distancias cortas, sabemos de la magia que es capaz de desprender. Tal vez por ello, te quede un sabor agridulce, casi una mueca, al contrastar que los momentos mágicos se producen cuando elimina los ropajes, cuando ataca al piano, a la guitarra acústica, en prodigiosos dúos con su amigo americano, el del Hammond, o el violinista que parece sacado de una boda zíngara y con el que se compenetra de manera maravillosa. Esos momentos dan por bien pagada la entrada. Aunque sea, claro, los éxitos “The Whole of The Moon” o “Fisherman´s Blues”, reservados para el final el primero, y para el bis el segundo, los que hagan que nadie quisiera irse del recinto, terminado el concierto. Y entiendo por qué. Hubo mucho relleno, incluso golpes de efecto inconsistentes, como la broma imitando a los Kiss, y un giro hacia el rock & roll, que sí, que pueden tocar “Jumpin´ Jack Flash” con dignidad y actitud, y Mike Scott puede poner sus pies sobre el teclado a lo Jerry Lee Lewis, pero el ropaje rockero clásico impide ver el maravilloso bosque donde habita Mike. Hay destellos, como estrellas fugaces que pasaran por encima del Botánico cuando ataca al piano “A Girl Called Johnny”, “The Pan Within”, una fiesta gitana con hoguera, fantástica, o el empuje de “The Medicine Bow”. Y tal vez esa magia es la que busca el público, sin aditamentos, pese a que “Nashville, Tennessee” sea una de las canciones salvables de sus últimos discos. Mike y sus chicos han hecho un buen trabajo, muy concentrados, haciéndose seguir y entrar en la fiesta, cada vez más. Aunque te queda ese poso que reconoces, según sales, de que podría haber sido de otra manera, una fiesta gitana a la orilla de un río a la luz de la luna, y que no es un sueño, que con Mike Scott y el violín teosófico de Steve Wickham todo puede suceder. Y que esta noche, eso que intuías, no ha ocurrido. A veces pedimos demasiado. Qué le vamos a hacer.

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