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Blogs Música para la NASA. por Álvaro Alonso

Deja de bailar a Iggy Pop

Álvaro Alonsoel

El camino emprendido por los Stooges de Iggy Pop en 1969 en la ciudad de Detroit estuvo rodeado de incomprensión en sus primeros dos años de existencia. Su apuesta era demasiado novedosa y arriesgada para la época. Junto a sus vecinos MC5, suponían una ruptura con todo lo que se había grabado hasta entonces.

Sabemos que su amistad con David Bowie, que lo acogió como un ahijado más que como un simple amigo desde entonces, fue una tabla de salvación para la iguana en aquellos momentos críticos. Es posible que sin la amistad de Bowie, el Iggy Pop que ha llegado hasta hoy no se hubiera producido. Habría, como tantos, quedado en el camino.

 

El carisma es tal vez el tema a tratar cuando se habla de Iggy Pop. Cuando actúa, cuando canta, Iggy Pop supera todas las expectativas de lo que uno puede esperar de un artista de rock & roll. Es la encarnación del espíritu schilleriano, un despliegue de voluntad de poder donde la triple transformación ha devenido de camello en león, y de león en niño. El niño que juega con la inocencia del devenir.

Esta ausencia de toda norma, ese convertir la vida en un juego, siendo aparentemente inocente, supone una provocación a todo lo establecido, a lo totalmente administrado, al control como paradigma de la nueva sociedad finisecular. Iggy Pop supera todas las expectativas porque se muestra desnudo, no ya solamente como dijo hace pocos días Bobby Gillespie hablando sobre los Rolling Stones “desde el paganismo y el primitivismo”, sino más allá del bien y del mal.

Sí, señores, Iggy Pop es el ultrahombre, el übermensch, y David Bowie lo supo detectar enseguida. Como tal, puede hacer anuncios publicitarios o llenar macroconciertos cumplidos los 66 años.

Cuando en 1977, dentro del LP Lust For Live, aparece “The Passenger”, con ese riff de Gardiner que te transporta fuera de la atmósfera de inmediato, la pista de baile comenzó a ser sideral. Iggy Pop aparece roto, parece no llegar, resquebrajarse en cualquier momento como una estatua de cristal. Es, como Tom Waits, un artista al límite de lo humano. Y, sin embargo, humano, demasiado humano.

 



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