El maestro Andrés Segovia recibió a los diez años como regalo su primera guitarra de manos del amigo de la familia Miguel Cerón. Cuando poco después comenzó a tocar la guitarra, su tío exclamó sorprendido: “parece que este niño no está aprendiendo, sino recordando”. Seis años más tarde daría su primer recital.
La relación de Andrés Segovia con las guitarras Ramírez se inicia cuando Segovia planea dar un concierto en el Ateneo de Madrid. Lo cuenta el propio maestro en su autobiografía de 1893 a 1920. Tenía 18 años, poco dinero y sabía que su guitarra fabricada en Granada por Benito Ferrer no era suficientemente profesional. Fue entonces cuando entra en la tienda de Manuel Ramírez y le pide que le alquile una para el concierto. Manuel, riendo, le pide a su vez que toque la guitarra.
En ese momento estaba en la tienda José del Hierro, eminente profesor de violín del Conservatorio. Impresionado por el talento del muchacho, intenta persuadirle para que deje la guitarra y se decida por el violín. Entre sus argumentos, lo aventurado de alcanzar la fama tocando la guitarra y lo solitario de la vida del concertista. Andrés Segovia le contestó que él quería seguir los pasos de su maestro Francisco Tárrega, quien vivió y murió por su querido instrumento con tan solo una pequeña esperanza de gloria.
Ramírez, que había escuchado la conversación, decidió darle como regalo una guitarra profesional a cambio de hacerla famosa con sus conciertos. “Tómala, muchacho. Es tuya. Hazla florecer en tus manos con un buen trabajo. Y no te preocupes por el precio. Ya me pagarás con otra cosa que no sea dinero. ¿Me comprendes?”. Andrés Segovia no dejó de tocar aquella guitarra hasta 1937.
El maestro Andrés Segovia, convertido en “apóstol de la guitarra”, volvió a reencontrarse con las guitarras Ramírez en los últimos años de su carrera. Escogió no sin sorpresa para el elegido la guitarra del hermano de Amalia, José Ramírez IV, en 1979, solo dos años después de que José hubiera accedido de aprendiz a oficial, y se dejó acompañar por aquella guitarra en la última etapa de su vida. Con ella universalizó definitivamente la guitarra española, convirtiéndose en el mayor embajador de la guitarra en el mundo.
Amalia Ramírez, los oficiales, los aprendices, trabajan en su taller madrileño de la calle de la Paz entre polvo de cedro, de pino, de palo santo, ébano y caoba, con el sabio arte de trabajar con las manos. No sabemos si, como el maestro, ella también aprende o simplemente recuerda.
Continúa Amalia desde hace décadas la saga de los Ramírez, maestros fabricantes de guitarras que han continuado de manera laboriosa una tradición que se remonta a 1880 a lo largo de cinco generaciones. Amalia, junto a su hermano José Ramírez IV, se abrieron a lo profano desde la pureza de las guitarras profesionales fabricadas a mano por su padre, quien despreciaba las guitarras de estudio.
Para José, el aprendizaje no debía estar reñido con una buena calidad, por lo que fue abriendo paso a nuevos modelos asequibles para el estudiante y agradables de tocar fabricadas con buenas maderas.
Con todo, la historia de la saga de los maestros guitarreros Ramírez es merecedora más de vivirla que de contarla, más de recrearse imaginándola que de intentar explicarla. Más de visitar el taller y perderse en el aire escuchando sonidos que aún están por nacer.
Rememora Andrés Segovia un escrito de Eugenio D’Ors, aquel que dice: “la canción del piano es un discurso; la canción del cello es una elegía; y la canción de la guitarra, es una canción”.
Las canciones de Amalia Ramírez son las canciones de su guitarra, guitarra que acaso no requiera aprendizaje sino recuerdo. Guitarra pura en las manos del maestro Andrés Segovia. Profana en manos de otros músicos: Eric Clapton, Mark Knopfler, George Harrison. Sólo Amalia sabe quién más ha entrado en su tienda, que es mucho más que una tienda y un taller.
Es la talmúdica manifestación del arte de construir una guitarra con la sabiduría acumulada de más de 130 años y que es capaz de cautivar a los mejores guitarristas del mundo.
Como la guitarra 130, que celebra los años pasados desde el inicio de esta secular tradición artesana en las manos del bisabuelo José. Un arte perenne y un arte por descubrir el de Amalia Ramírez, convertida hoy en embajadora de Alhambra Reserva 1925.