Desde Chiclana se llega a la Barrosa. Si tiras hacia la derecha, hacia la loma del Puerco, encontrarás rocas con cangrejillos y caracolillos brincando entre conchas sobre el agua y escondiéndose en la arena. Las olas del mar salpican la luz de la tarde y los bares del paseo se van llenando de gentes. Los niños siguen haciendo dibujos en la arena. Suenan los chillidos del último baño del día. Las gaviotas reposan antes de ir con el pico a ganarse el jornal. Las mujeres bellas lucen pareos rojos y amarillos que se deslizan de su piel morena. Suben lentamente la escalera. El sol cae sobre el agua deshaciéndose en ámbares que estallan como fuegos artificiales. La piel sabe a salitre. Una música llega desde el paseo. Alguien está tocando una guitarra. Suena alegre, como el correteo de los niños, como el repicar de campanas, como el trote de un caballo sobre un camino de piedra, como reposada quietud del jardín. Lo alegre es profundo. Porque sale de su opuesto que es la pena. Llega la última hora del día. Alegría del crepúsculo, alegría del crepitar de las llamas. Desde Chiclana se llega.