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Blogs Música para la NASA. por Álvaro Alonso

La sinfonía k 364 de Mozart

Álvaro Alonsoel

Antes de nada una confesión: nunca pensé que una lágrima se me iba a escapar escuchando una pieza de música clásica, una lágrima irrefrenable fruto del contacto con la belleza. Fue al final del minuto 24.

Esto me ocurrió el otro día en un segundo en el que se paralizó el tiempo, un agujero negro por el que se esfumó el alma un instante sostenuto debido a la suspensión en estado de ingravidez del sonido del violín y la viola en el aufhebung en el que se resuelve el flirteo entre ambos, un pasaje de seducción como nunca haya experimentado antes. Violín y viola protagonizan en esta sinfonía concertante de Mozart que data de 1679 un delicado baile de aproximaciones y alejamientos, de encuentros y desencuentros, de simultaneidades y fugas, de sincronías y fundidos, en un juego dialéctico que es como un baile de síes y aún noes, donde la llama tenue parece ir a apagarse para volver a lucir de nuevo con la entrada de la orquesta. Cuando por fin ambos instrumentos se tocan, como palmas de manos que se juntaran sobre sus cabezas, el tiempo se esfuma.

No sé si Alfred Einstein, autor de la voluminosa biografía de Mozart, sintió algo parecido cuando la escuchó.  Lo que sí sabemos es que esta sinfonía no sólo era su preferida, sino también una de las preferidas del propio Mozart. Para Einstein -no confundir con Albert, el físico- se trata de la máxima obra de arte mozartiana, incluso en el campo del concierto para violín: «La vital unidad de cada uno de los tres movimientos, la perfecta estructuración de los detalles y la vitalidad de la orquesta, en la que cada instrumento habla su propio lenguaje, resulta auténticamente mozartiana».

El violín trata de alcanzar a la viola, astutamente afinada medio tono por encima de la orquesta, para obtener un sonido más brillante y transparente. La viola responde galantemente a las exhibiciones del violín en el movimiento central, Andante, donde sobre la trágica tonalidad en do menor se produce el abrazo apasionado, y con él, la resolución de todo el galanteo precedente. Y se abre el espacio y se detiene el tiempo. Y una lágrima se escapa por sorpresa.

La viola de Kim Kashkashian sobrevuela la complejidad técnica para generar un efecto en el oyente que va a ser muy difícil de olvidar, si no imposible. Mozart, «el caso más raro y excepcional de originalidad artística» según Massimo Mila, tal vez para la k 364 no solo estuviera poniendo en práctica todo lo que vivió en París durante su viaje precedente, sino que tal concreción de profundidad expresiva sea debida al amor contrariado con la cantante Aloysia Weber, por fin resuelto satisfactoriamente en la imaginación del joven genio, que contaba cuando la compuso 23 años de edad.



 

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