Nadie tiene muy claro el lugar del padre. Así que, pensé, pongamos una canción dedicada al padre, una canción increíble pero cierta que grabó Daniel Lanois y que desde que la escuché hace casi treinta años me sigue acompañando, dando vueltas en la cabeza, con ese bajo de péndulo y esa atmósfera de plegaria de alguien que se ahoga en las aguas del río Mississippi a media noche. Una canción luminosa en medio de la oscuridad, como el canto ligero de una luciérnaga.