Érase una vez un chico nacido en Barcelona y criado en Playa de Aro, hijo único, que creció en el Prat a partir de los trece años. Aunque era un chico tímido siempre se convertía en líder entre sus amigos. En el Prat, dedicaba sus tardes a escuchar a Adrià Puntí y a Solera de Rodrigo y Guzmán y discos ingleses de finales de los sesenta, Kevin Ayers, Caravan, Pink Floyd, Nick Garrie, Giles & Fripp… Entró en un grupo llamado Carrots y con ellos emprendió su carrera en la escena del pop rock nacional. Pero un día descubrió, ya disuelto el grupo, que un coro y orquesta trascendente sonaba en su cabeza sin cesar, una sinfonía detrás de otra, como le ocurriera a Brian Wilson, complejos muros de sonido que necesitaban salir al exterior. Empezó a componer todas aquellas canciones, en las que el acompañamiento instrumental es mínimo, pero que sin embargo parecen concebidas para ser interpretadas por la orquesta sinfónica de Chicago.
Los tiempos no acompañaban a los músicos, “malos tiempos para la lírica”, y editar un disco se hacía tarea arriesgada. Sale a la luz Miniaturas en 2007, obra maestra del pop español con canciones que trascienden el paso del tiempo, como “Lantana“, “Miento menos” o “Válsamo”. El disco en formato CD se convirtió en objeto de culto, y en 2009 se reedita en formato vinilo.
Vicente Maciá -verdadero nombre de Pigmy- quedó desfondado después de este disco magistral. Según sus propias palabras, “había puesto el listón demasiado alto”. Tras una gira por México, vuelve a encerrarse en su mundo lleno de imágenes, sueños, recuerdos, ajustes de cuentas, visiones y reflexiones acerca del optimismo, la construcción personal y las relaciones humanas, que son los temas que le incumben y le interesan. Y las sinfonías en miniatura vuelven a aparecer en su interior, no quedándole así más remedio a Pigmy que volver a componer, volver a asombrar con unas canciones que están entre Robert Fripp y Paul McCartney, una exaltación de la alegría de vivir y del conformismo como “un aceptar que lo que tenemos siempre es mucho más de lo que nos merecemos”.
No sé por qué me sorprendo de que el nuevo disco de Pigmy, que se titulará Hamsterdam (tal vez en secreto homenaje a los Beach Boys del “Surf´s Up”, esa canción que paralizó el sistema nervioso de Leonard Bernstein), se esté demorando dos años en su publicación. Pigmy ha tocado laboriosamente la casi totalidad de los instrumentos, como hacía Prince en sus primeros discos. Pero Pigmy no va de genio, aunque tal vez lo sea. Hasta el nombre artístico delata en él una humildad infinita, la humildad de quien se mide con los mejores. Viviendo como vivimos en el umbral del cinco no sorprende, digo, que un músico mayúsculo como Pigmy, a quien versionean decenas de grupos antes de salir su disco al mercado, como si de un nuevo Dylan se tratara, haya de luchar como los escritores del diecinueve por conseguir suscriptores para poder ver su obra publicada.
Este 2014 será cuando vea la luz Hamsterdam, el segundo larga duración de Pigmy, cuyo single de adelanto es “Pan y música”, una nueva sinfonía sacada del baúl de los trastos y digna de ser interpretada por una orquesta. Nunca he dudado de que a Pigmy le llegará su momento. Y quién sabe si no acabarán sus canciones en las virtuosas manos de la sinfónica de Chicago.
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