Suzanne Vega conmocionó al mundo con aquella historia narrada en primera persona sencilla y tan real como la vida misma de aquel niño (Luka) al que llevaba días viendo en el parque, distinto a los demás, no por especial sino a consecuencia del maltrato que recibía. Sintió que el pop podía ser un gran invento, capaz de mandar un mensaje a larga distancia. Había esbozado con cuatro pinceladas un cuadro que llegó a las mentes y los corazones de miles de personas de una manera muy profunda. Es por ello que se atrevió a realizar versiones en otros idiomas. Entre ellos, el español.
Si Suzanne Vega es la cara de la moneda, la cruz se la lleva el absurdo de hacer una canción que integra frases en inglés en el mayor despropósito (por no decir la mayor horterada) que pueda concebirse. La lengua es un vehículo de comunicación, y en el caso de una canción pop un instrumento para transmitir emociones. A mí me da vergüenza que sigamos siendo tan dependientes, tan asustadizos, tan acomplejados, cuando más de 500 millones de personas hablan nuestro idioma en todo el planeta. Y creciendo. Y seguimos sin gastarnos dos duros en potenciar el mayor filón de riqueza que poseemos. A mí, como a la RAE, no me hace ni pizca de gracia lo de Eurovisión de este año. Y mira que lo siento por José María Íñigo, que le toca el papelón de defender la opción “española”. Ahora podríamos citar aquello de Unamuno en el claustro de la de Salamanca. Pero para qué.