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Blogs Música para la NASA. por Álvaro Alonso

Enrique Urquijo, una punzada nada más

Álvaro Alonsoel

 Enrique Urquijo se fue por el boulevard de los sueños rotos un 17 de noviembre, como una estrella fugaz, a la edad de 39 años.

Cuando uno se sabe tan encarnado en las canciones de Enrique, “Volver a ser un niño”, “Buena chica”, “Otra tarde”, “Déjame”, “Quiero beber hasta perder el control”, hasta “Ojos de gata”, se apacigua en su ira con el destino pensando que tal vez no haya que explicar las cosas tanto, que solo hay que asentir, como hace religiosamente el acólito del heavy ante sus dioses sobre el escenario.

Pero es verdad que la historia de Los Secretos se encuentra aún hoy pendiente de ser escrita adecuadamente. Álvaro Urquijo recuerda como un mal trago las galeradas del libro de Miguel Ángel Bergueño Enrique Urquijo: adiós tristeza. Pasó la noche leyendo el minucioso y meritorio estudio de Miguel Ángel con la sensación de no reconocerse él, ni reconocer a Enrique. 

Si alguien pudiera escribir esa improbable historia que nunca se escribirá sobre los Secretos, este sería Álvaro, el único que ha estado con Enrique de principio a fin, cantando juntos hasta el último aliento por las plazas de pueblo de toda la península, en la carretera, por el túnel, al final del primer cruce. El único que puede sentir de verdad un nudo en la garganta cuando en directo toca cantar “Agárrate a mí María”, la desoladora canción que Enrique le dedica a su hija. Y que hace preguntarse, aunque sea vano, porqué no fue al revés.

Las canciones de los Secretos, sus vinilos guardados en los estantes -uno de ellos, La calle del olvido, con dedicatoria del propio Enrique-, siguen pareciéndome de lo más perdurable que ha dejado el pop español, sobre todo por la conjunción de talentos compositivos, no sólo el de Pedro Díaz y Enrique, sino también el de Álvaro, eclipsado durante muchos años por el huracán creativo que fue Enrique Urquijo.

 A la mente llegan flashes de la memoria. Una invitación a pasar la tarde en una casa cerca del Bernabeu, un compañero de clase en el Maravillas con el que haces un trabajo y  que, de pronto, saca un single y lo pone en el tocadiscos de la habitación. Era el disco de Tos, el primer grupo de los hermanos Urquijo. Recuerdo que la estética de aquel compañero de clase era rockera, con chupa de cuero. Luego advertí que aquello formaba parte de un movimiento muchísimo más amplio, cuando una tarde pude ver, después de uno de los entrenamientos del equipo de balonmano, a un grupo tocar en el patio superior del colegio. Eran Mermelada, también rockeros.

Catorce años y todo el mundo por descubrir. Corría el año 1979, y en casa de Falete Cuerda se celebra la primera, o tal vez la segunda fiesta. Las tardes en Aguacates, con su pista de baile y la iluminación especial para el slow entre abisales sillones blancos donde perderse en primerizos besos descubriendo dientes que parecían de leche.

A nadie le importa si te quiero o no / si siento alegría o siento dolor / o si no siento nada / y necesito oír tu voz / ahora que estoy peor

Enrique Urquijo dentro de mi habitación. Han sacado el segundo disco, Todo sigue igual, que tengo en una cinta. No paro de escuchar “Problemas”, “Ráfagas”, “Cuando las luces se apagan”, “Todo por nada”, “Vivir por vivir”, hasta llegar a “Ahora que estoy peor”, que es cuando recibo una punzada en el estómago, solo con los primeros acordes. Las guitarras de doce cuerdas bailan un vals con el piano que parece querer morir al segundo siguiente.

Y un último flash. Subo de San Bernardo hacia Tribunal. Atravieso la plaza del 2 de Mayo. Malasaña a la luz del día, cuando los obradores ya han fabricado sus panes, los bares rezuman su desesperación y los comercios están a punto de levantar de nuevo la verja. Subo distraído, como siempre en aquel tiempo, disfrutando de mis pisadas, subiendo. Entonces veo a Enrique, de pie, con la mirada fija en un punto imaginario en el horizonte. Me giro, y ahí no hay nada ni nadie que pueda llamar su atención. Como una fiera esperando a su presa. Una presa que por lo que vi, no era nada más que un fantasma.

Ya sé que de nada me sirve llorar / tú no te preocupes que no volverás / me quemo para dentro / y puedo estar viéndolo / pero algo va mejor, va mejor.







 

 

 

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