La visita de García-Margallo a Cuba ha pasado bastante desapercibida en los medios oficiales de prensa cubanos, que suelen limitarse a dar cuenta de los comunicados del Gobierno. Pero la visita ha sido de todo menos rutinaria. Especialmente por dos circunstancias, que parecen estar relacionadas entre sí: la conferencia en el Instituto de Relaciones Internacionales y la decisión de Raúl Castro de no recibir al ministro.
El discurso pronunciado del pasado lunes ante unas 400 personas, entre las que estaban bastantes embajadores extranjeros acreditados en La Habana y alumnos y ex alumnos del centro que funciona como Escuela Diplomática, fue un claro alegato en favor de la democracia y las libertades. García-Margallo tuvo la habilidad de hablar de Cuba, sin citar una sola vez esa palabra, sencillamente realizando un recorrido por la reciente historia de España, con especial énfasis en los valores que hicieron posible la Transición de una dictadura a la democracia.
El ministro lanzó así varios mensajes: lo primero son las libertades antes de llegar a unas elecciones; deben desaparecer los presos políticos; es importante dar voz a la sociedad civil; hay que respetar el pluralismo, es mejor apostar por el consenso y por la concordia, etcétera.
De esta forma, García-Margallo se reconciliaba con quienes desde España habían sido muy críticos con su viaje, entre ellos los disidentes anticastristas. Ninguna autoridad española había hecho en Cuba un alegato tan claro a favor de la democratización del país. La otra cara de la moneda fue la reacción de las autoridades cubanas, cuyo mayor exponente fue la decisión e Raúl Castro de no recibir al ministro.
No hay por supuesto comunicado ni declaración oficial alguna vinculando los dos acontecimientos, pero es difícil no pensar que esa conexión existe, sobre todo porque últimamente es habitual que en este tipo de visitas, se produzca la reunión con el máximo líder. La delegación española la esperó hasta el último momento y sólo cuando se derivó al ministro a un encuentro con el “número dos” del régimen, Miguel Díaz-Canel, se supo que ya no tendría lugar.
Haciendo de la necesidad virtud, en el entorno del ministro se intentaba buscar el lado positivo del plantón, fácilmente atribuible a su defensa de los valores democráticos, y subrayando además, que todo apunta a que Díaz-Canel será dentro de poco más de tres años el hombre fuerte de Cuba. Por lo demás, no se tiene la impresión de que tras la visita, la relación hispano-cubana vaya a quedar peor que antes, sino más bien que se ha sido capaz de recuperar posiciones en la isla.
En cualquier caso, puede que aún se tarde algún tiempo en ver los resultados de la estancia de García-Margallo en Cuba. La maquinaria cubana no se caracteriza por su celeridad. El ministro de Asuntos Exteriores ha planteado una serie de peticiones al régimen castrista, unas de tipo político y otras de contenido económico, que de ser aceptadas harían que, con el paso del tiempo, la visita se considerara un éxito.
No parece, sin embargo, que las autoridades de La Habana vayan a responder afirmativamente a todas ellas. Y si lo hacen, será cuando consideren que les resulta útil. Al menos, en cuanto a la posibilidad de salida del país de destacados disidentes excarcelados o de que regresen otros que abandonaron la isla hace tres o cuatro años.
Más fácil es que se habilite por fin un edificio adecuado para que el Consulado español en La Habana pueda atender las numerosas peticiones de nacionalidad española que se están recibiendo al amparo de la Ley de Memoria Histórica.
En cuanto a las demandas de reformas económicas, tampoco es algo que vaya a atenderse de la noche a la mañana. Ni la unificación de las monedas existentes, ni las facilidades para contratar personal por parte de las empresas extranjeras que quieren invertir en Cuba, aprovechando la nueva ley de inversiones extranjeras y la zona de desarrollo especial del Mariel.
Cuba