El miércoles pasado, el embajador de España en Venezuela, Antonio Pérez-Hernández, regresó a Madrid después de que el Gobierno le llamara a consultas a raíz de las reiterados insultos de Nicolás Maduro a Mariano Rajoy.
La última vez que Pérez-Hernández hizo ese viaje por el mismo motivo fue hace escasamente un año y permaneció diez días en España, porque el Gobierno, en cuanto hubo unas mínimas declaraciones conciliatorias de Maduro, le ordenó que regresara. España no quería tensar más aún la relación con el régimen bolivariano.
Por ahora, no parece que el presidente bolivariano esté arrepentido de haber insultado gravemente otra vez al jefe del Ejecutivo español. Al contrario, sigue retándole, aunque en esta ocasión, al menos, no ha usado la tradicional amenaza -nunca cumplida- de que va a revisar las relaciones con España.
En realidad, Maduro puede hacer bien poca cosa. Si quisiera actuar contra las empresas españolas en Venezuela, posiblemente lo único que haría sería agravar más aún la difícil situación económica del país, que depende también de alguna de esas compañías, como Repsol. Así que es fácil que el heredero de Hugo Chávez siga limitándose a lanzar tarascadas verbales contra Rajoy y contra España.
En consecuencia, la estancia del embajador español en Madrid puede prolongarse más que la vez anterior. Además, se da la circunstancia de que, según la previsión del Ministerio, Pérez-Hernández, que no ha tenido precisamente una estancia tranquila en Caracas, debería dejar definitivamente la Embajada en este mes de abril tras haber pasado allí cuatro años, con lo cual, si las cosas no se arreglan, podría suceder que no volviera ya a su puesto.
En ese caso, la Misión quedaría al mando del ministro consejero, como encargado de Negocios, puesto que el bloqueo político en España tiene paralizados los nombramientos de nuevos embajadores hasta que se forme Gobierno. Si se va a unas nuevas elecciones generales el 26 de junio, sería difícil contar con un nuevo embajador en Venezuela hasta pasado el verano.
El actual ministro consejero y “número dos” de la Embajada, Jorge Cabezas, sabe ya, sin embargo, que el próximo 1 de agosto será relevado por José Hornero, actual asesor del ministro de Defensa para Asuntos Internacionales. Cabezas, por tanto dejará pronto la Embajada, lo mismo que la mayoría de los diplomáticos de la representación, que están pendientes de ser enviados a otros destinos en el llamado coloquialmente “bombo”, por el que asignan nuevos puestos en el Ministerio de Exteriores.
Es decir que, todo apunta a que después del verano, en una Embajada tan importante como es la de Venezuela y en unos momentos en que las relaciones son manifiestamente mejorables, casi todos los diplomáticos serían nuevos.
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